Orgullo


Voy al molino de la zanja; así le decimos porque, para llegar a él, debe sortearse un arroyo; tía Chata me pidió que le llevara un encargo. No me gustan estos mandados, porque debo pasar por la casa de… de… bueno, más allá del pequeño cauce, vive mi prima la Ceci; ella siempre me gasta bromas muy pesadas, y todo porque nació un año antes que yo.
Sin embargo, siempre que hago este tipo de misiones, trato de cumplir con los compromisos adquiridos, independientemente de las vicisitudes que se me puedan presentar.

Ya hace más de tres años que se vienen repitiendo estas situaciones.
“La hermana de mi mamá nos había hecho una visita de cortesía con su hija, la Ceci, la que en un gesto nada cortés, deshizo una pequeña escultura que le había yo mostrado. Recuerdo su mirada pícara y de triunfo, como si hubiera alcanzado un gran logro, al mostrarme la bola de plastilina conformada con lo que otrora este que les escribe había construido una casita campestre”.

Y desde entonces (o al menos no recuerdo otro suceso previo), siempre que me ve realiza en mi contra un acto de maldad; claro, en su muy particular concepto del maniqueísmo. Y es que, en realidad, es muy difícil distinguir sus valores en un contexto de alta moralina.

Ayer por fin cumplí los nueve años de edad; ahora que ya soy grande, podré enfrentar todo tipo de obstáculos. Estoy a punto de pasar por el arroyuelo.
Ahí viene la Ceci…

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