Droga del olvido


Al principio no sabía lo acontecido; en realidad pensé que era un bombardeo o una avanzada de invasión pues siempre creí que, si alguna vez atacaban a México, la agresión bélica iba a iniciar precisamente aquí, en Guadalajara, debido a su regional-nacionalismo.
Pero mi temor creció el año pasado, cuando “La Cumbre”.

Unos minutos después de las diez de la mañana ocurrió la primera explosión; el ruido fue ensordecedor; alcancé a ver cómo se abría un boquete en el centro de la calle Gante, ya que observaba el exterior desde un enorme ventanal del edifico en donde me encontraba. Poco tiempo después se formó una gran masa de polvo que impidió la visibilidad durante un rato.

“La empresa en la que trabajaba mi amigo, el ingeniero Pedro Santos, había sido contratada para reparar uno de los elevadores de este edificio. Se había pedido la máxima reserva permisible, porque el cable que sostenía la cabina se rompió días antes, precisamente el lunes veinte, por falta de mantenimiento en el sistema mecánico.
Instantes previos al estallido, esperaba a Santos, con quien había concertado una cita en el edificio de los elevadores, y reflexionaba acerca de la negligencia de las autoridades, tanto gubernamentales como civiles, porque ya hacía varios días que se aspiraba un fuerte olor a gasolina en este sector, y nadie, incluso otros colegas muy allegados a funcionarios locales y externos, sabíamos de qué se trataba.
Probablemente también se había solicitado la mayor discreción posible a algo que desconocíamos”.

Cuando la nube de polvo empezó a disiparse, percibí un panorama desolador: Ya no existían fachadas de las construcciones frontales, sino muros rasurados de manera grotesca y varillas rotas, torcidas y dobladas en todas las direcciones; en lo que antes era la calle sólo se veía una especie de zanja de forma irregular, la cual se ensanchaba en la zona del registro.
‘Qué curioso’, pensé: ‘parece que la bomba cayó precisamente en el centro de la alcantarilla y la explosión generó que las ondas se expandieran por la tubería de drenaje, con lo cual se provocó su total destrucción’.

Los edificios de enfrente y éste, en el que me encontraba, deberían de tener una apariencia similar; no lo podía asegurar, pues era evidente que mi cuerpo también había sido afectado, pues fue lanzado varios metros hacia atrás al momento del impacto; esto lo sabía en virtud de que mi ángulo de observación había variado; la única referencia era la alcantarilla, bueno, el hueco más pronunciado que había quedado en su lugar.

No podía mover el rostro para cerciorarme de cuál era el estado del inmueble en donde estaba situado. Ciertamente: el ventanal ya no existía.
No sabía por qué extraña razón, pero por más esfuerzos que hacía para intentar voltear, me mantenía inmóvil; inclusive la mirada, que en otras ocasiones se ha comportado impaciente y ágil, ahora se encontraba estable y tranquila. Comprendí en ese momento que me encontraba atrapado, sin saber la causa que así me mantenía.

Entonces se cimbró una vez más la tierra; no definí el lugar exacto en donde ocurrió el otro estallido, pero el ruido acusó su cercanía, quizás fue a 6 ó 7 cuadras.

¡Claro! Durante los últimos días han inyectado algo en el drenaje, no supe por qué motivo lo hicieron, pero creo que esto tiene que ver con las explosiones.
Me enteré ayer, en la comida que tuve con un directivo municipal de obras hidráulicas, quien comentó acerca de la orden de alguien de muy alta investidura para destapar ciertas alcantarillas y vaciar enormes cantidades de un líquido, que en este momento ya no sé si era agua o gasolina: si fue la primera, sería para apaciguar e intentar disolver a la segunda; y si fue esta última, no puedo recordar, pero mucho menos entender el motivo. El funcionario habló con soltura debido a la gran cantidad de alcohol que ingirió; creo que mencionó algo muy cercano a las doscientas cincuenta pipas, no lo retuve muy bien. Y es que la droga del olvido me la aplicaron la noche de antier.

“De esto último sí que me acuerdo con nitidez, porque sé que la sustancia borra toda la información de las últimas setenta y dos horas y alguna de las veinticuatro posteriores; pero la mente registra, inexplicablemente, lo que ocurre en los quince o veinte minutos previos a la inyección, siempre y cuando exista conocimiento de causa de lo que sucede. Como en mi caso, puesto que la enfermera que nos aplicó la droga anteayer resultó ser Marina, una antigua compañera de la U de G, con quien siempre nos ha entrelazado un sentimiento mucho más serio y profundo que el del amor o la amistad.
Por eso pude saber que en ese momento me encontraba en una instalación subterránea de acceso súper restringido y muy alejado del centro de la ciudad, con un grupo de funcionarios mexicanos y norteamericanos, así como periodistas y técnicos de todo tipo, los cuales íbamos a recibir una dosis normal.
Solamente yo tuve acceso a esta información, debido a la fortuna de haberme vuelto a encontrar con Marina.
Recuerdo que la anterior ocasión en la cual me drogó así (porque ella misma fue quien aplicó la hipodérmica) fue en la época cuando apareció muerto un agente norteamericano de la oficina de antinarcóticos.
Los resultados en aquella primera oportunidad fueron los mismos. Marina me comentó en un momento confidencial que no podía decirme en qué lugar trabajaba, aunque ‘ya lo sabes’ continuó: ‘y es por esa razón que te vamos a inyectar la droga, con el propósito de que lo olvides’. Entonces fue cuando me explicó que debía borrarse de mi mente la información de los últimos tres días por algo que incluso ella desconocía, y que invariablemente podría “provocar acciones negativas en el desarrollo social y político de nuestras naciones”. No le entendí, ni comprendí a qué países se refirió; lo que definitivamente no sé, ni sabré, es la causa de practicar la droga a mi persona, tanto en esa primera aplicación como en esta más reciente de los últimos días”.

En fin; la plática de sobremesa que se generó ayer con el político, continuó y giró en torno a cierta desidia que se manifiesta en los acontecimientos domésticos y familiares; por ejemplo: en alguna mordedura de perro, o cuando al cuerpo se le incrusta un objeto metálico, el funcionario y yo nos preguntamos:

“¿Cuántas veces acudimos al médico, o simplemente nos protegemos mediante la inyección o vacuna correspondiente?
Ambos comensales coincidimos en un «jamás».
Aproveché para mencionar la apatía individual, retratada claramente en nuestra higiene personal; el ejemplo concreto: las increíbles y lejanísimas visitas al odontólogo, las cuales realizamos sólo cuando ya no soportamos el dolor de cierta pieza dental; pero para revisarnos, es indudable que nunca las hacemos.
–En otros países –comentó el directivo– la gente tiene la costumbre de practicarse un chequeo médico de una a dos veces al año, con el objeto de detectar un mal oportunamente.
Y así, de lo individual a lo colectivo (ya sea en lo familiar o social e incluso en lo gubernamental) la actitud apática y desinteresada se convierte en una triste –y tal vez peligrosa– constante”.

Por eso, en este momento, he estado pensando que es un acontecimiento realmente fantástico el hecho de que no sucedan tragedias frecuentes, provocadas por la indolencia colectiva; como ésta que estoy viviendo.

Al cabo de un buen rato –no supe cuánto tiempo transcurrió, así como tampoco cuál fue el número de las demás explosiones– empecé a escuchar unas voces que se iban acercando, así como aullidos de ambulancias que se alejaban. Entonces, vi que dos personas llevaban una manta en forma de camilla con la que cargaban algo muy voluminoso, que no alcancé a distinguir.

Fue en ese momento cuando comprendí el origen de que mi rostro no se hubiera movido, pues lo fueron retirando con lentitud de dos placas o paredes que estuvieron todo ese tiempo a ambos lados, en una acción de prensa.

Más abajo se encontraba el resto de mi cuerpo, en una posición extraña e irreconocible. Me percaté de que las piernas estaban prácticamente pegadas al pecho, de una manera peculiar y muy bien acomodadas; todo el conjunto formaba un volumen cúbico, debido a los muretes laterales; pero... ya no pude observar más porque, unos guantes plateados (por cierto, lo último que vi) cerraron mis párpados con un cuidado especial.

A continuación, escuché el siguiente comentario:
–Se desprendió de raíz, como los otros civiles.
Y yo me pregunto:
¿Por qué se habrá mencionado la palabra “civiles”?
¿Será por la inevitable presencia militar, por aquello del Plan DN3?
O, debido al daño que también debió haber existido en mis oídos, no escuché bien; y lo que dijeron fue “misiles”.
La verdad es que nunca comprendí el sentido de la frase, y mucho menos supe a qué pudo haberse referido.

La oscuridad y un golpe obligaron a mi mente a moverse con rapidez y verdadera desesperación, como nunca antes lo había practicado:

“Primera inyección de la droga del olvido en aquel suceso de espionaje internacional; Caso Camarena; agencia antinarcóticos; servicio de inteligencia; lavado de dinero; irregularidades y cambio de datos; sistema presidencial norteamericano del manejo de la información; lista de culpables; inyección para no recordar...
Marina me aplica por segunda ocasión la misma droga; ducto porta misiles top secret o máxima discreción; cinco detonantes fuera de control; acción paralela para manipular la opinión pública; provocar y/o resolver fuga de gasolina; negociación en las plataformas petroleras; negativa tajante a la propuesta de aviso de evacuación, por no saber qué decir; peligro y riesgo en Sector Reforma; máxima discreción; evitar alarmismo y no provocar escepticismo; ¡nada va a suceder! Pero es mejor no acercarse por precaución; ¿hasta dónde podrá llegar el estallido? Lo que sí se debe decir a los medios y lo que no; instrucciones acerca de cómo debe manejarse el proceso de investigación lista de culpables o chivos expiatorios; renuncias probables sólo hasta cierto nivel de gobierno; jeringa para no recordar... droga del olvido... droga del olvido... droga del olvido...”

Tal vez algún día se pueda explicar lo sucedido.
Por mi parte ya he enterrado mi conocimiento, no sólo el de los últimos días, sino prácticamente todo.

Nada recuerdo ya, absolutamente nada.
Los golpes, los extraños acontecimientos y la droga misma han cumplido.

™®

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Debo disculparme?

Ojiva –planeación y resistencia

Hilos