Respiraciones al unísono


No se sabe cómo fue el inicio; parece ser que un aletear de palomas lo originó provocando los intercambios, siempre indescriptibles pero certeros, de miradas sugerentes de distensión y acercamiento.

Poco a poco fueron adoptándose las posiciones requeridas, así como el lento ritual del despojo de objetos y elementos innecesarios para el feliz acontecimiento.
Afuera se avecinaba una tormenta, pero la magnificencia del suceso humano opacaría en definitiva cualquier posible intromisión de índole climática.

El tiempo transcurría con esa lentitud que sólo predisponen las ilusiones y los deseos más auténticos.
Toda labor de reconocimiento fue superada eventualmente y la situación alcanzó un clímax maravilloso, mismo al que sólo se llega cuando se han roto ataduras y prejuicios superfluos en situaciones de verdadera trascendencia.

Llegado el momento en el que la lluvia arreciaba, hacia el interior nada de eso se percibía ni se escuchaba.
La habitación parecía transportarse hasta lugares remotos con presencias místicas.
Todo hacía suponer que las epidermis se fundían por el fuego de la pasión, pero a esta altura ya existía entre los cuerpos una capa sutil, líquida y uniforme que los separaba apenas, permitiendo así deslizamientos sublimes.
Las gotas que chorreaban en la ventana describían perfectamente los recorridos sinuosos de los sudores interiores entremezclados. Entonces, cuando la lluvia golpeaba los cristales, los desplazamientos acuíferos externos competían sin saberlo con el líquido que resbalaba entre las porosidades; lo anterior debido al correcto manejo de las temperaturas producidas por las actitudes seductoras.

El tacto era por mucho, más importante que la apreciación visual ya que las miradas vidriosas y obnubiladas mantenían, en determinadas circunstancias, tan cerca las formas lúdicas que incluso se producían ciertas distorsiones ópticas.

Hubo un lapso en el tiempo, bastante prolongado por cierto, en el que los jadeos y las respiraciones parecían entrecortar el ambiente debido a que manifestaban, al unísono, un despliegue rítmico parecido a percusiones selváticas. No existía mejor música para el deleite de los espíritus.
Tampoco había sabores más penetrantes y sublimes que los que iban apareciendo a cada instante, producidos por los recorridos corpóreos, cuyas jugosas sustancias, envueltas en el misterio de extravagantes aromas, cerraban el placer de los sentidos.

Mágicamente la lluvia cesó, al tiempo que las almas inquietas finiquitaban casi toda la labor física. Los profundos suspiros fueron anunciando uno a uno la plenitud de la satisfacción alcanzada.

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