Oralidades


Los labios recorrieron cuanto resquicio había en el reconocimiento placentero de tactos, olfatos y gustos.
Este último se dio un banquete a sus anchas (y largas).
No se requería de ver ni de oír, ya que las yemas de los dedos funcionaban como detectores orgánicos de un radar que iba pronosticando, certero, el siguiente destino (siempre en función de la suavidad o no, percibida en sus labores de indagación).
El roce de pieles de y por todos los lugares, más reales que imaginados, gestionaba en instantes encuentros tácitos, armónicos y cálidos, pero sobre todo: húmedos.
Las ilusiones pues, quedaron atrás. Todo tipo de deseo fue cumplido sin más. Los alocados momentos cobraban una mayor entrega de las partes involucradas. El tiempo así, transcurrió a manera de compás rítmico, como el vaivén de suaves y graciosos columpios reciclados, montados por niños que recién despertaban ávidos de aventarse a la aventura y al conocimiento.
Jugos juguetones exprimidos experimentaron nuevas y modernas expresiones del placer.
Las miradas, inquilinas inquietas e inquisidoras, fulminaron con un parpadeo los reductos de tormentas grises y tortuosas; por lo que tuvo que recurrirse a la única opción viable en estos casos: esconder la vista mediante el cierre de los párpados.
Al final, entonces, los gemidos y respiraciones entrecortadas recordaron la otra acepción oral de quienes ejercían la emisión de sonidos.

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