Las mariposas y los guerreros de Curicaueri


—Deja en paz a la papálotl•parakata —grito el viejo Hurende•Quahue a Metz•Quetl, el inquieto hijo de su primogénito, Ehecávetl
—¿Por qué, abuelo? —respondió el infante, al tiempo que sus pequeños dedos soltaban las frágiles alas de la mariposa que previamente había aprisionado.
—Verás, mi niño —dijo el anciano, mientras acariciaba los mechones de su nieto, invitándolo a tomar asiento junto a él, a efectos de que lo atendiera:

"Cuando las huestes del señor Axayácatl, comandadas por el invasor Xotl•Calime, efectuaban una de sus campañas por tierras purépechas, el soberano de los nuestros y líder religioso o cazonci, reencarnó en el mismísimo dios Curicaueri de Uacusicha.

Xungápeti•Caheri, que era como se llamaba el de linaje eneanj, había sido «preparado» por los herbolarios provenientes del lugar mítico de los ancestros: el Tzacapo•tacanendam; y por ese motivo, su estandarte o quachpantli era agitado por nuestro señor Ehécatl, el dios del viento verdadero".

—¿Y cómo era su quachpantli?— preguntó el pequeño Metz•Quetl.

Y éste era una de los pasajes que más le gustaba contar al anciano Hurende•Quahue, pues como había sido "Gran sacerdote" o petámuti, manejaba correcta y espléndidamente el arte de la transmisión oral de los conocimientos ancestrales del grupo, así como el de la difusión de las normas generadas por los representantes de cada uno de los dioses patronos de la enorme extensión del señorío tarasco—purépecha.

Era por tanto lo que se dice un elegante tlahcuilo, es decir: un pintor o escritor, pero de carácter oral.

"El estandarte de Xungápeti•Caheri fue confeccionado en los talleres de Ayelén, con el humo o siraata, producto de la incineración ritual de los más intrépidos guerreros caídos en combate.

Todo militar, desde los macehualtin o soldados de más bajo linaje, hasta los grandes cuãuhpipiltin o guerreros águila querían que sus ropajes e insignias de batalla provinieran de ese sitio artesanal.

El quachpantli del príncipe Xungápeti•Caheri tenía una fuerte estructura de carrizo de manglar, que se ceñía perfectamente a las hombreras y al pectoral, así como a la especie de yugo que rodeaba su cintura, mediante firmes y dúctiles cuerdas tejidas con hilo de maguey. La altura de cada uno de los tres banderines que ondeaban en su espalda, superaba su propia medida aproximadamente en el equivalente a tres cabezas. Es por ello que el aire les producía un movimiento singular, acompañado de un sonido acompasado de índole estrictamente militar. El color de las papeletas insignes era de un rojo carmesí, similar a la sangre ritual.

Así que, en un patrullaje que efectuaba nuestro señor Xungápeti en compañía de la escolta cortesana descubrió el escondite de los invasores, pero fueron emboscados por las tropas mexicas de Xotl•Calimey y acribillados con flechas envenenadas.

Pero he aquí que, debido a su condición señorial, el príncipe pudo sobrevivir lo suficiente, como para arrastrarse hasta donde estaba el cuerpo del caracolero oficial y retirarle el tecciztlitlapitzalli, mismo que llevó a su boca, no sin antes escribir un mensaje que informaba de la ubicación exacta del campamento del enemigo.

El esfuerzo empleado para que el caracol emitiera el sonido ritual característico de la solicitud de auxilio, le provocó los últimos estertores de la muerte".

La oratoria del viejo tenía embelesado a su pequeño nieto, de suerte que éste le increpó:

—Abuelo, ¿aquí es cuando los guerreros muertos renacen en mariposas?

—En efecto —contestó el abuelo y prosiguió con el relato:

"Los macehualtin que acudieron al llamado, liderados por el noble y valiente Xharátanga, a su llegada al sitio de la masacre, alcanzaron a ver cómo dieciocho papálotl•parakata iniciaban el vuelo a partir de cada uno de los cuerpos de los soldados emboscados.

Al acercarse Xharátanga al cuerpo todavía tibio de nuestro señor Xungápeti•Caheri, claramente vio que «su» mariposa brotaba de entre el estandarte del príncipe, lugar en donde se escondían los mensajes cifrados y ultrasecretos.

Así que esa nota fue el instrumento que orientó a nuestras tropas a fin de eliminar cualquier posible intromisión al territorio.

A partir de ese suceso, nuestro señor, ya investido como el dios Curicaueri de Uacusicha, le pidió al Mictlantecuhtli que se produjera la resurrección de todos los guerreros caídos, en mariposas opapálotl•parakata. Y el dador de la vida y la muerte así lo concedió".

Metz•Quetl, como casi todos los antiguos tarascos, había aprendido con sapiencia el arte de saber escuchar; en un futuro cercano, él debería de transmitir toda esta información a la prole; por lo que le dijo al anciano:

—Abuelito, mira esa mariposa; es como el carmesí de la sangre ritual; a lo mejor todo este tiempo nos estuvo cuidando nuestro señor de Curicaueri. 

 

 

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