Fin del sacbé sangriento e inicio del camino blanco


Ku Ox Caab era mensajero señorial, uno de los oficios más solicitados por la gente de los pueblos mayas. Se sabía que, cuando se llevaba información de índole estrictamente oral, el empleado era premiado con su incursión dentro de los más altos puestos políticos del reino adonde se entregaba el correo.

El joven Caab, de apenas veintiséis años, practicaba todos los días con el objeto de poder recibir la más alta designación en el área postal.

En su historial se incluían más de treinta mensajes efímeros en papel amate, así como otros cuatro de contenido ultrasecreto, también impresos en el material de corteza de árbol, pero con la consigna de "protección inclusive a costa de la propia vida".

Utilizando únicamente pies y manos sabía vencer a los pumas que merodeaban los senderos así como a los espías de los Señores enemigos del reino. De hecho, ya había salvado su integridad física en más de una ocasión.

Conocía todos los sacbés que partían de la ciudad, desde el "corto" que comunicaba con el señorío más cercano hasta el "gran camino blanco" que llegaba hasta el distante mundo terreno de los muertos en las inmediateces de la costa oriental.

El día que le informaron de su nuevo cargo fue inmensamente feliz. Se entrevistó durante poco más de dos horas con el principal y más alto consejero, quien lo preparó para que pudiera presentarse con el soberano Pak Tuyamnal Juun, quien se decía descendiente directo de la deidad fundadora del sitio, conocida curiosamente con el nombre de "dios descendente".

El exótico ambiente que rodeaba los aposentos del Gran Señor, acordes con su alta investidura, no impresionaron en lo más mínimo a quien pronto iniciaría su corta carrera de mensajero oral.

Como manejaba a la perfección el lenguaje maya, comprendió correctamente el contenido de la información que le transmitió el soberano.
Y emprendió la carrera por el sacbé, llegando mucho más pronto de lo que él pensaba a su destino. Dio el salvoconducto y se postró ante el otro monarca, a quien le transmitió el mensaje de una manera impecable. Ejecutó el trabajo con exquisita precisión.

Esa noche durmió plácidamente. Pensaba que al otro día iba a ocupar un importante puesto en el reino. Lo que no sabía era que la última pócima que ingirió no le permitiría despertar, por lo que dormido sería sacrificado y enterrado posteriormente, eso sí, con los honores propios de un dignatario.

Ku Ox Caab fue el último empleado postal que murió de esa manera, pues el correo que entregó sentó las bases de las futuras comunicaciones cifradas, mismas que permitieron la preservación de la vida de todos los siguientes mensajeros orales. 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Debo disculparme?

Ojiva –planeación y resistencia

Hilos