Terror al temblor


Vivía en el cuarto piso de un condominio de nivel medio.
    Desde el último temblor –que por fortuna ocurrió cuando se encontraba en el trayecto al trabajo– había ido madurando un plan de rescate individual; no precisamente para salvar su vida, sino para no sufrir el terror que siempre ha sentido por los movimientos telúricos.

    Era muy precavido y siempre había conseguido empleos en labores que se desarrollaran en un solo piso y a nivel de calle.
Hasta hace unos meses trabajó para una cadena de expendios de hamburguesas.
    Cuando lo quisieron ascender a la gerencia de una nueva tienda, no aceptó, debido a que ésta se encontraba en el segundo nivel de un enorme y moderno centro comercial.
    El problema no era tanto la ubicación del establecimiento, ya que éste brindaba servicio hacia la vida de la gran plaza interior, sino la de la oficina del gerente, pues dicho despacho estaba sumamente escondido, en la parte posterior de la cocina, y no le permitió encontrar una sola alternativa de rescate individual.
    Al no aceptar dicho ofrecimiento fue despedido y orillado a buscar otro empleo, el cual encontró, después de batallar muchísimo, en otra cadena similar que vendía pizzas a domicilio.
    Descubrió que prácticamente todos los locales de este tipo de establecimientos, se encontraban al nivel de la calle, lo cual satisfacía sus requerimientos de seguridad personal.

    A causa de sus fobias, era natural que no tuviera pareja ni dependientes económicos; vivía absolutamente solo.
    Cuando ocasionalmente se le presentaba algún suceso sexual, prefería utilizar los pequeños moteles de un nivel y no los lujosos y grandes hoteles ‘de paso’.
    Huelga decir que no asistía a espectáculos masivos, como cine o teatro, por aquello del pánico y las aglomeraciones, en el caso de alguna emergencia.
Habitaba en un cuarto piso, debido a que la Empresa aquella de las hamburguesas le promovió un crédito y con esto había adquirido el departamento de su propiedad, el cual terminó de pagar tres años antes del despido.

    La vivienda contaba con un pequeño balcón, al que se accedía a través de la estancia-comedor y, muy cerca de ese lugar se encontraba una resistente rama de eucalipto.
    Su plan consistía en deslizarse por el fuerte brazo vegetal hasta llegar al tronco principal del árbol; como allí se conformaba un nudo con otros dos tallos, estuvo construyendo durante meses un receptáculo en forma de silla, que permitiera albergarlo con una cierta comodidad.
    Cada dos meses invariablemente realizaba sus propios simulacros de evaluación: exactamente los días 28.

    El día del gran sismo cometió un solo error, y éste fue el de haber tomado unas copas de más la noche anterior; por este motivo excedió en doce segundos la ejecución de la primera parte del plan, así que, al llegar a la terraza, todavía alcanzó a ver cómo llegaba al árbol el último habitante del piso de arriba.

    Se encontraban cinco personas en su silla vegetal de anti-terror sísmico y ya no había espacio para nadie más por lo que, en lugar de gatear por la rama, como tantísimas veces practicó, se descolgó como pudo por la misma y saltó hacia el nudo inferior; no tuvo problema alguno; una vez allí se aferró al tronco y dirigió con timidez su mirada hacia arriba; veía manos, piernas y brazos entrelazados.
    Nunca contó con que los vecinos del quinto piso habían vigilado todos y cada uno de sus movimientos.
    Volteó de reojo hacia su balcón, observó angustiosamente que en unas ocasiones se alejaba y en otras parecía estar más cerca.

    El plan no funcionó; todos los usurpadores del eucalipto gritaban, incluso él mismo, al tiempo que observaban cómo se acercaban árbol y edificio, comprendiendo que el terror era prácticamente el mismo en el lugar en donde se encontraban que si se hubieran salvaguardado dentro de sus respectivas viviendas.
    Entonces fueron viendo que el edificio se alejaba rápidamente, pensando que se estaba derrumbando; a pesar del miedo vivido, por unos instantes creyeron que su elección había sido la mejor, pero desgraciadamente para todos ellos, lo sucedido no ocurrió porque la edificación se cayera.
    El árbol se vino abajo con todo y los polizones.

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