Vaca



Me agacho a chupar tus ubres, las que te cuelgan casi hasta la tierra, de tan ansiosas de ser mamadas y ordeñadas.
Succiono con fuerza una teta y tú intentas levantarte para sentir más cabríamente mi jaloneo. Muges de dolor y placer.
Una vez que termino, me poso debajo de tu hocico para que deposites en mi boca esa saliva lechosa con sabor a vida, calentura y excitación indescriptible.

Me pides con los ojos que haga un desplazamiento y me ponga debajo de tus ancas.
Eso hago y, sin levantar las patas, comienzas a orinar mi rostro, con el objeto, en principio, de “marcar” territorio.
Yo, lamo y bebo de tus líquidos, que a estas alturas de mi animalidad, no son sucios ni residuales, sino cachondos, deliciosos y vitales. Me saben a lo que toda tú.
Sigues meando y abro mi boca para que tu chisguete entre directo a mi garganta, como si tomara vino tinto de una bota. Recibo tus orines y los trago sin cerrar la boca.
Nomás escucho tus gemidos, mugidos vacunos, exaltaciones de puta animal, que exhiben una sensación nunca antes experimentada.
Terminas y lamo las últimas gotas de tus meados, las que guardo en mi boca para llevarlas a la tuya, que me urge ansiosa. Voy a darte un beso nuevo, el primero, de sabor a orines ensalivados.

Los animales entendemos el motivo de que los órganos sexuales compartan los orificios de exudaciones, excrementos y orines. Los humanos no entienden nada.

Hoy soy, por mucho, tu animal.
Sucia vaca de grandes tetas, méame, dame tus orines dentro de mi boca, caga toda tu caca sobre mi cuerpo para restregarnos y compartirla en lamidas conjuntas, como lo animales que somos.
Vamos, vaca sucia: dame todo lo tuyo que es mío.


Publicado el 1 de diciembre de 2010

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