El taxi latinoamericano



Lo abordé debajo del puente, justo al lado del río.
Apenas dejamos la orilla cuando surgió la primera encrucijada.
-¿Qué hago, joven?- me preguntó el conductor.
-Bajemos por la derecha- le indiqué.
Lo que vi era muy bello: unas fachadas hermosas y jardines floridos. Autos impecables y una exagerada pulcritud.
De repente observé a un niño andrajoso que rompía con el esquema. Parece que el pequeño perseguía una pelota. Bajé del vehículo y lo seguí unos metros.
Atrás de lo ya descrito había un panorama desolador, de una pobreza extrema.
En realidad lo que vi al principio parecía la escenografía de alguna película hollywoodense. Quise adentrarme más en el contexto del chiquillo, cuando en eso sentí una mano firme sobre el hombro, misma que detuvo mi andar.
Volteé la cabeza. Era un individuo que portaba un traje claro y con el corte de pelo estilo militar. El personaje, sonriente, impidió que pudiera dirigirme a ese extraño y radical mundo.
Me vi forzado a regresar al taxi y proseguí mi camino.
Más adelante debimos detenernos unos minutos, ya que pasaba una procesión encabezada por una imagen religiosa y escoltada por personal armado y uniformado de carácter marcial.
Cuando el último integrante del grupo por fin dejó el cruce pudimos continuar el trayecto.
Inmediatamente llegamos a otra bifurcación, sólo que ésta era más sutil: junto al camellón central había la alternativa de continuar en recto y plano por una de las laterales.
Ahora opté por el camino de centro izquierda.
Las viviendas eran marcadamente diferentes a las anteriores. A cada determinado número de ellas, se encontraba un pequeño negocio atendido en apariencia por los propios vecinos (a manera de cooperativa). Había una cierta homogeneidad en todas las construcciones.
Aunque el cielo se percibía más nublado que el anterior, se respiraba un aire más puro.
Detuvimos el vehículo para hacer una pregunta y varias personas se acercaron solícitas a ver qué se nos ofrecía.
Una vez que respondieron a nuestras inquietudes, seguimos el andar.
La ruta topó nuevamente con un lugar que ofrecía varios rumbos.
Al centro, en dirección recta, estaba el camino de la alternancia. Por un ala, mediante la Avenida del Estado de derecho, parece que se vuelve a descender a un sitio similar al que visité en primera instancia. Y del otro lado, precisamente enfrente de éste, en la extrema izquierda, está una rampa que lleva justamente a las calles de la Igualdad.
Tanto el chofer del coche de alquiler como el suscrito, decidimos iniciar el ascenso de la pronunciada pendiente.
A media subida y en una curva previa para tomar la izquierda absoluta, sorpresivamente nos encontramos una camioneta descompuesta que obstruía el paso.
Dicho vehículo portaba la bandera norteamericana. Era rondada por unos marines que aparentaban realizar el arreglo del mismo, pero curiosamente, en vez de herramientas, portaban armas de grueso calibre.
Así que debimos regresar con el objeto de buscar una vereda alterna que nos permita rodear a los soldados de lengua ajena...

Y en ésas andamos.


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