Tiempo arena


En sus manos sostenía un bolígrafo barato; decía que con ese tipo de instrumentos se lograba una mejor escritura; por lo menos más clara, ya que las plumas o lapiceras de “marca” casi siempre manchaban al chorrearse.
Aunque era experto en las modernas actividades cibernéticas, prefería plasmar sus ideas en papel, debido a la pérdida de archivos digitales que sufría con cierta frecuencia, ya fuera por intromisión de algún virus o por los cierres reales de redes virtuales, entre otras causas.
Sin embargo, en esta ocasión parecía no estar dispuesto a utilizar dicho objeto con el fin de establecer permanencia literaria. Lo mantenía en sus dedos y jugaba con él de manera firme y delicada, hasta cierto punto con elegancia.
A veces sus ojos se posaban en los malabares en ejecución; pero su mirada no se encontraba allí. Parecía que entre las pestañas se ubicaba un par de diminutos astros en aparente reposo, pero con enorme vitalidad. 

En el siguiente plano de percepción se encontraba el reloj de arena, el que hacía rato ya que había detenido su “marcha”, pues el recipiente superior quedó vacío al depositar el fino polvo en su contraparte.
Se sentía un poco como esa cámara alta del instrumento de medición: hueco, sin sustancia.
Inventó entonces unos versos tristes:

Como silencios ancestrales
vienen a mi mente loca
pienso negar hoy la palabra
para disponer solo del espíritu.

Debatió entonces consigo mismo en torno a la colocación o no de la tilde a la palabra "solo" de la última línea.
De alguna manera lo invadió la angustia como hacía tiempo que no le sucedía. ¿Cómo era posible que le asaltara la duda?

Entonces, en un gesto de arrebato, extendió su mano y cambio el instrumento de escritura por el del tiempo.
En un olvido aparente de su falla en cuanto a la elección lingüística, acercó el complejo de burbujas cristalinas a su rostro y lo dirigió hasta su oído, como si pretendiera escuchar una clave o señal.
Resulta evidente que se quedó a la espera de algún designio.

Pasado un rato, se decidió y volteó con suavidad el reloj, el que de inmediato reinició el transitar de la arena y por ende: del conteo.

El curioso personaje se levantó del sillón que había ocupado a lo largo de todo este tiempo y se retiró de la habitación.
No sabía muy bien hacia dónde dirigir sus pasos.

El bolígrafo quedó inerte sobre el escritorio, al tiempo que la arena le otorgaba otra oportunidad real: una nueva vida.




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