Fraile
Nᴀʀʀᴀтɪvᴀ Vɪʀʀᴇɪɴᴀʟ
Todo parece indicar que
don Nuño de Güemes no tuvo mejor alternativa que la de ingresar a un convento,
y optó por el de la orden de los dominicos; no lo hizo precisamente por
vocación religiosa, sino por conveniencia personal.
Pertenecía a una de las
familias más pudientes de la Nueva España; y el hecho de convertirse en clérigo
no le impedía el poder conservar muchos de los privilegios civiles adquiridos,
por decirlo de algún modo.
En el desigual sistema
de castas, de características casi tribales, el formar parte del reducido grupo
de criollos (esto es: hijos de españoles nacidos en el llamado Nuevo Mundo),
sin duda acarreaba buenos dividendos en todo sentido, aunque para efectos
específicos, sobre todo en el aspecto político, como se verá más adelante, se
diferenciaba del 'peninsular' o 'chapetón', que era el nacido en Europa.
La misma
discriminación, si es que así se le puede considerar, sufrió Nuño por ser hijo
'segundón', es decir: no el primogénito, pues éste conservaba, mediante la
herencia, todo el patrimonio de la familia.
De esta manera, muchas
órdenes religiosas mendicantes se vieron invadidas por una especie de monjes
'emergentes' que, en su infancia y juventud, habían gozado de un poder
descomunal.
Dichos personajes
incumplían con frecuencia la estricta normatividad de la vida monástica de las
misiones. Porque una cosa fue la legalidad irrestricta y otra, harto diferente,
la realidad y los excesos clericales.
Nuño de Güemes aspiraba
a ser el director del colegio de Santo Domingo; sin embargo, debió asumir su
investidura sacerdotal, y oficiaba misas lo mismo que confesaba a los
creyentes.
En esta actividad,
conoció de las infidelidades de muchas mujeres 'decentes' en la sociedad
virreinal, con las que en ocasiones ejerció su papel masculino, más que el de
carácter divino.
Incluso se sabe que
hasta tuvo descendencia con una sobrina del vizconde de Letrán.
Su vía crucis comenzó
cuando se atravesó en su camino un violento chapetón, don Rodrigo de Almansa y
Acevedo, quien se decía proveniente de la mismísima corte de Felipe V.
Las pretensiones
académico–políticas del cura se vieron amenazadas, debido a una ley que
provenía directamente de la metrópoli. Los cargos de relevancia, los cuales
tenían una vigencia de tres años, recaían por lo general entre los mismos
criollos; así que la corona impuso que el que ocupara dichos puestos fuera
originario de la España peninsular, permitiendo a un oriundo de América
intercalarse entre dos chapetones.
Y el director saliente
era criollo.
El colegio de Santo
Domingo, anexo a la misión del mismo nombre, contaba con uno de los latifundios
más impresionantes, proveedor de esclavos y mano de obra calificada, no
solamente para las labores agrícolas y ganaderas, sino también para los oficios
imperantes.
Fray Nuño de Güemes,
así conocido en el ámbito eclesiástico, era maestro en el noble arte de la
imprenta. Estaba al mando de un buen número de esclavos –que él buenamente
trataba como empleados– en el armado de las tipografías.
Lo curioso es que la
mayoría de los colaboradores, como la gran masa pobladora de la Nueva España,
no sabían leer ni escribir.
Poseía una de las
bibliotecas de mayor riqueza y extensión de todo el Nuevo Mundo, y hay quien
sostenía que, incluso, de todo el orbe.
Su hijo mayor, Álvaro
Núñez de Letrán, era quien dirigía las selecciones de los tipos.
Debido a su carácter
sacramental, la iglesia le impedía al padre Güemes el reconocer oficialmente a
sus "herederos" consanguíneos, por lo que "acordaron" la
asignación de esas delicadas labores literarias al joven Núñez.
Pero de todos era
sabida la relación filial entre ellos. Lo mismo que la de doña Clementina,
hermana menor de Álvaro.
Esta última ocupaba una
cartera importante, si es que así se le podía llamar, en la hacienda de San
Nicolás Obispo, en el ramo textil.
Obviamente, dependiente
de la propia misión de Santo Domingo.
Don Rodrigo, el
aspirante peninsular a la dirección del colegio, en realidad pretendía la
rectoría de la catedral metropolitana; como él era maestro, había adquirido
ciertas habilidades en cuanto a la preparación de los católicos para
interpretar la Biblia; enseñaba dialéctica, física, matemáticas, geometría y
astronomía.
Practicaba las cátedras
agustinianas, que de alguna manera eran decadentes, en contraposición a Güemes,
quien simpatizaba con los preceptos aristotélicos de Santo Tomás de Aquino.
Don Rodrigo, fiel a la
postura intransigente de la corona, manejaba un despotismo natural hacia todo
lo que no fuera originario de la metrópoli.
Investigó la vida
privada de fray Nuño, sin saber que de todo lo que iba "descubriendo"
estaban perfectamente enterados, no solamente la corte virreinal, sino el
mismísimo Vaticano.
Uno de sus errores
mayúsculos fue el suponer que esas faltas "graves" podrían haber
conducido al cura Güemes a ser enjuiciado por la Santa Inquisición.
Y es que los castigos
ejemplares de tan singular tribunal estaban destinados a personas de rangos
inferiores.
Don Rodrigo continuó
con sus deseos curriculares, y arremetió en sus ataques a don Nuño, sobre todo
cuando se enteró de la anunciada abdicación del rey a favor del primogénito,
Luis I, quien, por ser menor de edad, tuvo que disponer de un gabinete de
asesores, entre los que se encontraba alguien muy cercano a él.
Debido a la distancia,
mar de por medio, las noticias demoraban en llegar al Nuevo Mundo, por lo que
aproximadamente un mes después de la coronación, todo estuvo listo para que se
llevara a cabo la sucesión en el colegio de Santo Domingo, misma que se ejecutó
sin contratiempos por el inminente poder que en efecto ejercía el influyente
chapetón de Almanza y Acevedo.
Y pasados cinco meses,
ya era el candidato único a la rectoría catedralicia, nombramiento que, como ya
se había anotado, era su auténtica pretensión.
La verdad es que su
presencia no era tan bien aceptada en la corte virreinal, pero su relación tan
cercana al gobierno de la metrópoli, obligaba a priores, nuncios, arzobispos y
personal académico, a apoyar su promoción.
Mientras tanto, el cura
Güemes continuaba con la coordinación de las labores editoriales de la misión,
al tiempo que le rendía pleitesía al antipático director, con el objeto de
sucederlo en cuanto se trasladara a la catedral.
Incluso accedió a
acompañarlo a Europa –y es que no podía negarse–, con el objeto de vivenciar la
desmedida prepotencia del arribista.
Fueron días difíciles
para el fraile, pero de ésos que forjan los caracteres que tienden a la
trascendencia.
Aprovechó, sin embargo,
para recabar material bibliográfico para el acervo de la misión.
Una noche que salió a
tomar un buen vino en una taberna, accidentalmente se enteró del pasado turbio
del ahora director del colegio dominico.
Consumo y tráfico de
drogas, así como visitas a casas de mala nota, fueron sus credenciales durante
unos cinco años de viajes trasatlánticos constantes
Incluso se vio
involucrado en el asesinato de un grupo de prostitutas francesas, noticia que
había conmocionado a la sociedad civil, y por la que fueron ejecutados varios
personajes de relevancia menor.
Obviamente que su
cercanía a la corona lo exoneraba de cualquier acusación en su contra. Además,
como ya se comentó, es sabido que casi ningún clérigo recibía los castigos
ejemplares de la santa inquisición.
Terminado el viaje y ya
de regreso en la Nueva España, la historia les tenía destinados a estos
singulares personajes giros insospechados en sus futuros inmediatos.
Los acontecimientos de
la península se suscitaron vertiginosamente.
Luis I falleció.
Apenas y reinó medio
año.
La versión oficial fue
"muerte por viruela".
Con el replanteo de su
padre, por exponerlo de manera simple (pues se dice que antes abdicó porque
aspiraba a la corona de Francia), y los intereses filiales de su madrastra,
resulta difícil aceptar esa conclusión.
Pero al que sin duda le
afectó lo sucedido, fue a don Rodrigo, ya que, sin el real apoyo real en la
madre patria, se quedó como huérfano, valga la expresión.
Y es que Felipe V
volvió al trono para un segundo mandato; pero fueron tantos los excesos de la
camarilla de su hijo, que optó por borrarlos literalmente del mapa, aunque
algunos le hubieran servido en el pasado.
Así que, después de que
fue destituido, parece que de Almanza se dedicó de lleno al transporte del
hongo denominado 'pajarito', pues era de los pocos ilustrados que sabía cómo
envolver la materia prima para sobrevivir a las travesías y sin perder sus
propiedades alucinógenas.
Para su conservación no
usaba especias, sino hojas soasadas de la mata de plátano impregnadas con una
resina que él mismo preparaba.
Dicen que los corsarios
de la época no buscaban galeones cargados del oro y la plata que iba de América
a la metrópoli peninsular, sino que se disputaban los que, en la misma ruta,
llevaban "los pajaritos de Almanza".
Fray Güemes, por su
parte, logró su crecimiento nobiliario, a pesar de haber sido un segundón, y
pudo colocar a su primogénito en una de las familias de mayor renombre en la
Nueva España.
El fraile murió con un
título nobiliario otorgado por el virrey Agustín de Ahumada y Villalón Marqués
de las Amarillas, que consiguió la firma del monarca Fernando VI, quien fue,
por cierto, uno de los pocos reyes segundones en la historia de la realeza.
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Este texto puede encontrarse en el
siguiente sitio:
"Narrativa de filigrana.
Mesoamericana y virreinal" de Ignacio González Tejeda
En el nombre del Padre.
ResponderEliminarMuy bueno. Y con visos de realismo ya que muchos puntos apuntan a las puntas de la realidad. Eccema humo.
Gracias
Tan real como la vida misma.
ResponderEliminarEste smartphon es analfabeto en latín. Cambió ECCE HOMO por eccema humo. Jajajaja Pero no queda mal... No queda mal!!
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