Napalm


Éste es un árbol peculiar al que, por cierto, estoy tratando de subir.
Sus frutos son del mar y sus raíces, de la guerra.
No hay error en lo que escribí: no son precisamente de la tierra sino, por desgracia, producto de la actividad bélica.
Parece que su tronco se mueve y de hecho lo hace, aunque con una lentitud asombrosa.

Me informo de mucha gente que se asoma para tratar de verificar tal movimiento.
Sin embargo, nunca he sabido adónde es que otean, supongo que para prejuzgar.
Echan un vistazo al sur y... ¿quién sabe qué es lo que miran? Echan otro al norte y... lo mismo. 

Yo, mientras tanto, continúo con mis intentos por treparme hasta que, por fin, lo logro. Entonces lo comprendo todo: el tronco es algo así como una ilusión óptica, una especie de cañón encubierto.
El aparente sentido poético del inicio narrativo se disuelve.
Confundí las formas y nada pertenece a los océanos; ni siquiera el coral. Las perlas resultaron ser perdigones, brillosos, sí, pero debido al plomo pulido y reluciente.

Escucho sonido de helicópteros y comienzo a preocuparme.
El grupo de personas que antes miraban se ha disuelto.
Permanezco en territorio enemigo y... rezo.

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