El joven y el mar


La cápsula recibía el nombre de “Santiaguito”. Extrañas razones meteorológicas propiciaron la pérdida del contacto con Cabo Cañaveral durante las últimas dos horas, por lo que de alguna manera estaba a la deriva en medio del océano.
El único tripulante de la nave decidió implementar el plan EH-52 que consistía en armar una balsa inflable con el objeto de navegar hacia la costa más cercana.
Sus movimientos eran torpes. Fueron más de ochenta días en el espacio, así que el reingreso a la gravedad terrestre lo tenía desubicado hasta cierto punto. Sin embargo, dejó lista la embarcación tan solo en dos minutos más de lo que establecía el manual.
No podía dejar la parte sustancial de la cápsula, ya que allí iba empaquetada toda la información obtenida en el viaje, tanto la de carácter mineral como la de índole de espionaje estricto (el que se suponía estaba erradicado).
Conforme iba avanzando, se veía precisado a aligerar la embarcación, pues aunque la cápsula, o más bien lo que quedaba de ella, iba adosada en la parte exterior, generaba un sobrepeso que impedía adquirir la velocidad marcada en la estrategia militar.

Las fuerzas de la principal potencia enemiga habían construido una especie cibernética de peces de rapiña; éstos se dirigían hábilmente por medio de las ondas sonoras que se emitían desde el exterior de la nave, debido a la irradiación plástica que se propició al atravesar la estela de ozono.
Esos robots resultaron ser más efectivos que la propia “inteligencia” encargada de la seguridad de la misión, la que perdió la ubicación de la nave recién reingresada a la atmósfera.
El ataque de los depredadores fue brutal; el joven sólo podía utilizar su láser digital, una especie de arpón lumínico con el que eliminaba lenta pero certeramente a los intrusos. Los había de todos los tamaños, y eso sí, con unas dentaduras metálicas muy poderosas.
Afortunadamente no atacaban la balsa, pues ese material no era “reconocido” por sus radares.

Entre el arremetimiento del cardumen robótico y la defensa del objeto remolcado transcurrieron fácilmente más de veinte minutos. Conforme iba eliminando los peces programados, sus fuerzas también menguaban. La energía corporal la fue dosificando, de tal suerte que expiró a la par del último ordenador intruso.
El exterminio sólo dejó, para su fortuna, el maletín de la información recabada, con una dentadura metálica desprendida a uno de los atacantes, lo que daba testimonio de la hazaña lograda por el joven.
Sus ojos iniciaban la tarea de entrecerrarse, cuando aparecieron los rescatistas, quienes de inmediato y cuidadosamente obtuvieron el paquete metálico, al tiempo que socorrían al valiente joven.
No fue necesario que externara palabra alguna; las evidencias hablaban por sí mismas. Su mérito fue reconocido por los altos mandos de la milicia, tanto los de tierra como los del espacio.


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