La semilla de la sandía


Germinó en el ambiente adecuado y propicio. El clima ofrecía por doquier esa característica amable de la predisposición natural.
Gruesas y constantes gotas de lluvia horadaban el subsuelo a manera de removedor y mezclador telúrico.
Las palmas de los altos cocoteros le brindaron siempre la sombra necesaria, en los casos de luminosidad extrema.
La armonía propia de la arena estableció la permeabilidad vital, de tal suerte que el fruto siempre pareció flotar (como una burbuja suspendida entre vientos encontrados).
Las atmósferas creadas reiniciaban y, ¿por qué no? recreaban la gran mayoría de los sucesos ocurridos a lo largo de todos los ciclos evolutivos de la flora terrestre.
La cáscara-piel entonces, parecía recibir pinceladas cromáticas dentro de la enorme e imponente gama de los verdes.
Internamente, la semilla original, que ya se había "reconstruido", incrustada en esa carne roja, apenas engarzada por pequeños e imperceptibles filamentos, emitía una especie de ordenamiento que tendía a replantear, como siempre, en una minúscula e intangible fracción, el círculo de la vida.

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