Al vuelo


El marido de Rebeca le confesó apenas ayer su delirio por el rímel.
Ah, pero nunca se imaginó que hoy, de mañanita, justamente por tal aplicación, fueran a experimentar tan ardiente pasión.
Vaya, la verdad es que nadie supo lo que iba a suceder.
Todo comenzó con la aplicación del cosmético un tanto cuanto sólida –y medio reseca, por ende– en las pestañas del ojo izquierdo. Esto motivó que, para el otro, utilizara un poco más de sustancia líquida.
Como se verá más adelante, gracias a esta maniobra es que pude presenciar, pero sobre todo intervenir tan de cerca, en los inminentes acontecimientos.

"Muy temprano, a primera hora, y una vez que el esposo se levantó para darse su ducha matutina, ella salió rápidamente del dormitorio.
Parece que también se aseó el cuerpo en la habitación contigua. Y lo hizo con tal rapidez que, cuando él salió del baño, Rebeca, que se encontraba recostada en la cama, ya había terminado de colocarse el cosmético en ambos ojos.
Antonio, al igual que su esposa, estaba tan solo envuelto en una toalla. Entonces, cuando él se aproximó a darle un beso en la mejilla, se percató del 'marcado' de las pestañas.
Es increíble pero, debajo de la tela semi húmeda que lo cubría, se iniciaron varios movimientos y reacomodos, generados a raíz de su inmediata excitación.
Rebeca, por su parte, contribuyó a su manera, debido a la también rápida respuesta de sus pezones, los que, incluso a través de la blanca y relativamente gruesa prenda de secado, manifestaban el estímulo adquirido.
En menos que lo cuento, ambos cuerpos ofrecieron su desnudez, al tiempo que inicié la labor que me correspondió.
Volaba como siempre en el ambiente, cuando fui atrapado por una de las manos del hombre.
Fácilmente me hubiera escapado pero, al pasar el dedo captor por el rímel aguadito del ojo derecho de ella, se generó una especie de fuerza de atracción (en el sentido de la absorción, que no de lo fascinante). Así que, junto con la extremidad masculina y un poco de saliva, llegué primero a las inmediaciones del ojo de Rebeca, pero ahí estuve apenas unos breves instantes, pues en seguida me incorporé a una masa gelatinosa formada por lágrimas y pintura cosmética que se untó, parece que accidentalmente, en el dedo medio de la mano izquierda del varón.
Ya no sé si no pude o francamente desistí de retirarme, con el objeto de participar en primer plano de una experiencia interesante y, ahora sí, atractiva... de encanto.
Una vez más cambié de sitio; de momento estaba entre los pliegues vaginales de la dama; en dicho lugar soporté varias veces la intromisión de más elementos hurgadores e indagadores; mismos que, por cierto y tal vez debido a la oscuridad, no pude reconocer ni qué eran ni de quién. Recuerdo, eso sí, haber sentido en varias ocasiones roces y fricciones con mucha presión entre dos tipos de piel, una más impregnada de líquido que la otra.
Por fin, y otra vez gracias a un fluido, salí de allí para desplazarme por la parte interna del muslo. Pero, no llevaba ni diez centímetros de recorrido, cuando entré a la lengua de Antonio. Cómo me costó trabajo permanecer en ella debido, sobre todo, a sus flexo-torsiones rápidas y constantes, así como al flujo viscoso (básicamente de saliva).
Cuando lo boca se retiró de esta zona, allá fuimos a dar todos: labios, baba y yo, ahora a uno de los senos de Rebeca, en un lugar muy pegadito a la areola. Con tanto líquido, aunado ahora al sudor de ambos, llegó una yema, me parece que femenina, que me transportó otra vez a la mejilla, a escasa distancia de donde se originaron mis vericuetos.
El rímel ya se había extendido más allá del contorno de los ojos.
Muchos líquidos más surcaron muy cerca de mí, como sudor, afeite, escurrimiento lagrimal y tal vez algo más de saliva, pero pude, sin embargo, esquivar tales avalanchas hasta que prácticamente disminuyeron".

Al cabo de un buen rato de cierta calma, vi cómo se acercaba una torunda de algodón impregnada tal vez con algún tipo de crema limpiadora; entonces decidí abandonar mi última posición epidérmica cuasi seca y retorné al aire.

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