Tomates y cebollas


Mi piel podría ser roja o transparente; eso sí, como membrana impermeable que guarda las propiedades húmedas del interior.
Los agentes que acechan en la intemperie, en efecto, se enfrentan a un delgado obstáculo de cualidades infinitas; así que se podría garantizar una cierta impenetrabilidad.
Lo mismo sucede con el recubrimiento que envuelve las multicapas esféricas, las que, a manera de bulbo, generan alimento fuerte y abundante.
Muchas veces, cuando se entromete un objeto externo, tienden a desprenderse líquidos que, en correspondencia, se introducen en las retinas ópticas cercanas.

Microcosmos vegetales, partícipes de la mesa cotidiana, de los que pocas veces se ocupa la pluma

y aquí viene el deguste
la seducción primera
oralidades repetidas
no la negra noche tierna
la llenura digestiva
terrena.

El huerto participa
otorga los frutos
ceremonias cotidianas
culinarias
arte y gastronomía
al servicio de la especie.

Vuelvo al origen de la lengua
no en idioma
sí en anatomía.

Regreso a mis adentros viscosos en donde vive la vida, las semillas del amor escondido.
Es el retorno, no a la hortaliza, sino a la recolección de la misma, a la cosecha de la siembra.
Hoy soy cebolla y jitomate, pero igual podría ser lechuga, zanahoria o rábano: alimento presto, presente en las ausencias.

Ah
regresa el verso inquieto
la siega en tiempo nuevo
el corte armónico de tallos
la música del viento
y
de
la
vida.

Ah
la vida viva
la vida misma
la viva imagen.

Ancestros vegetales confinados a la usanza de las glorias pasadas.

El dominio de la semilla, la siembra y la cosecha, más allá de los mitos cotidianos y, eso sí, más acá, por mucho, del placer del sabor y la dulzura y, ¿por qué no decirlo? De la lágrima que aflora.

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