Semi fábula del heladero


                    A los seis somalíes, principalmente niños, que mueren diariamente por la hambruna


Se asomaba a la ventana y veía un par de edificios en lontananza. Más allá (justo detrás de ellos), aseguraba la existencia de un lugar de ensueño. Era un parque repleto de árboles y con la presencia de un carrito expendedor de helados.
La candidez propia de la primera infancia, ésa en la que la cabecita se llena de fantasías en torno a los gustos y placeres más primitivos –y por ende auténticos–, estableció el desarrollo existencial e ideológico del pequeño observador.
Utilizaba un cajoncito en el que se encaramaba, de tal suerte que sus pequeños brazos los posaba en el alféizar y las manos, a su vez, soportaban su alegre rostro.
Parece que la sombra se encontraba del lado en donde él habitaba, ya que el lugar de recreación, a su entender, estaba siempre repleto de luz.
Aunque se erguían al pie las altas construcciones, su mirada siempre la dirigía al grupo de árboles así como al despachador del gélido y dulce postre.
Probablemente, esas primeras ficciones le otorgaron una capacidad de observación inusual, la que, con el paso del tiempo, lo harían convertirse en uno de los retratistas más afamados de su comunidad.
Mucha gente sostenía convencida que sus producciones tenían vida, como aquel trabajo gráfico del mítico Wang Fô, en el que Marguerite Yourcenar introdujera e hiciera perderse al viejo pintor oriental.

Las creencias del propio creador impedían la presencia de animales en sus ejercicios pictóricos. No así la de frutos y alimento en general.

Supo que formaba parte de una fábula aquella vez en la que un niño se metía a su estudio y salía impregnado de frío dulce de fresa en sus pequeños labios. A partir de ese momento, ya no tuvo dudas.

Ahora, sin embargo, no hay moraleja. Sí, en cambio, se le puede ver en su iluminado estudio, al centro del parquecito privado, detrás de los altos edificios, regalando, mediante su obra colorida, helados y postres de todo tipo a los infantes que creen en algo más que lo que sus pequeños ojitos alcanzan a ver. 


Comentarios

  1. Precioso. Me emociono hasta las lágrimas. Cuantos niños pagan la fiesta de malparidos politiqueros. Muy bueno. Gracias por compartirlo

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