Puesta en escena o continuación de tras bambalinas


El suceso teatral (*) se inició conforme a lo estipulado, esto es en torno a un solo personaje, en tanto que todos los demás colaboraban con sus necesarias intervenciones.
El mudito hizo su papel de manera espectacular, convenció prácticamente a todo el auditorio de su incapacidad para emitir sonidos.
El filósofo sostuvo magistralmente su disertación acerca de la nada.
Era una de las obras más brillantes del denominado teatro experimental, en este caso, a representarse en escenarios más o menos ortodoxos y unidireccionales.
Uno a uno, los actores fueron ejecutando sus papeles correctamente.
Toda la trama tuvo un desarrollo de alguna manera ejemplar.

Estaba por venir el desnudo.
Ésta era la parte culminante y con la que finalizaba la pieza histriónica. Y en esta oportunidad el grado de dificultad era mayúsculo por una simple y sencilla razón: la dama, la que debía hacer el acto nudista, sería interpretada por un actor del sexo masculino. El acontecimiento decisivo femenino sería representado por un hombre.
El dramaturgo, ya fallecido, estableció este requisito con el objeto de que su trabajo quedara inmerso en el siglo XXI y etiquetado como vanguardista.
Por ese motivo, han sido pocos los productores que se atreven a escenificar dicha obra.

Por su parte, es de todos sabido que la consigna del director, del que se precie de serlo, siempre ha sido la de que cada personaje logre transmitir la característica esencial del mismo, desprendiéndose en la medida de lo posible –y creíble– del yo consciente.

Un poco como la teoría del distanciamiento de Bertolt Brecht.

Así las cosas, el último y, como se ha expuesto, el más importante personaje, estaba actuando de manera espectacular.
El público veía las formas femeninas en donde físicamente no las había.
Los movimientos del actor no eran grotescos, sino precisos, producto del ensayo y la magistral conducción.
"Eres la representación de una mujer" recordaba las instrucciones del director "y no la de un hombre afeminado".
Cuando al fin se despojó de la ropa interior inferior, efectivamente poseía el pene de todos los hombres, pero su actuación exigía tal compenetración en el personaje, que no debería "verse".
En el silencio que imperaba habría podido escucharse el zumbido de cualquier insecto volátil.

Diez, doce segundos de inmovilidad y fue el momento en que el telón cayó. Los aplausos convertidos en aclamación, indicaron que el actor había superado la prueba, y con creces. Parece que le brotó desde lo más interno de sí esa ambivalencia sexual que todos poseemos.

Telones varios hubo y, arriba del escenario y por diversos motivos, el borrachín, el retro y la cabaretera, en un acto inusitado, decidieron no salir a agradecer.


(*) Término utilizado precisamente por el Maestro Héctor Mendoza, recientemente desaparecido (2010)

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