Reconocimiento


El avioncito de papel, arrumbado en la caja de juguetes, estaba hasta lo más bajo del interior. Primero fue removido debido a un diminuto planeador construido con madera ligera. Luego, ambos fueron desplazados por un helicóptero, éste ya de material plástico y manejado con un control remoto.
Pero lo más impresionante, sin duda, fue el D-C-S-9, un jet 'a escala', que volaba a gran velocidad -y altura- en los llanos del rumbo, igual, con un mando central inalámbrico.
Con la llegada de un nuevo objeto de vuelo, se provocaba la remoción de las cosas guardadas en el contenedor; así, el primero de ellos -y más frágil-, había descendido con lentitud hasta que, literalmente, tocó fondo.
En lo profundo se ubicaban varios juguetes en aparente desuso, como un trenecito de lata (con motor de cuerda) y un caballito de tela y palo; bueno: nada más la pura cabeza del corcel, pues el 'cuerpo' se había partido en dos. Allí debajo también se encontraba un carrito de madera, entre otros objetos.

Un día, después de transcurrido cierto tiempo, llegó al sitio el último juguete volador, pero sin que otro hubiera ocupado su lugar; esto es: no se dio una nueva adquisición.
Unas manos maduras hurgaron en el interior del depósito y, del mismo, rescataron al avión más endeble. Éste volvió a ver la luz, y no sólo eso: sintió una vez más el viento en sus alas. Lo habían regresado a surcar los aires.
En cada manipulación, alcanzó a reconocer una presión casi igual a la que esos mismos dedos ejercían tiempo atrás.

Debido al reconocimiento mutuo, el pequeño juguete lloró a raudales, con lo que se humedeció casi en su totalidad. Sólo él supo que de un momento a otro podría realizar su último viaje.



Comentarios

  1. Bellisimo. Acuna entre sus palabras la infancia, el ninio que vuelve en las alas de la nostalgia y el dolor de la lenta muerte de los juguetes olvidados. Gracias por tanta ternura.

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