El pregonero

ɴᴀʀʀᴀтɪᴠᴀ Pʀнɪspᴬɴɪc

Si bien es cierto que en cada hogar se preparaba el nixtamal, también era costumbre la existencia de un local comunitario acondicionado con enormes y alargados recipientes en constante calentamiento; esto de alguna manera facilitaba a las familias del vecindario el proceso de remojo y cocción del maíz; de igual manera había una roca maciza, muy grande y plana que hacía las veces de enorme metate.
Todos los pobladores debían aportar, a manera de impuesto o tributo, pequeñas porciones de grano. Así, el molino comunal operaba desde muy temprano, aún antes de que se percibieran los primeros rayos solares, para cerrar sus puertas al filo del mediodía.
A cambio de dos raciones de masa, como una forma de pago, cualquier mujer del poblado podía colaborar en la molienda. Se entendía que, de requerir una mayor cantidad, debería proveerse con su prole, ya fuera de sus propios hijos o bien de los integrantes de la línea ascendente.
Ellas, las molenderas, debían de llevar consigo la 'mano' de piedra que, utilizada encima del metate con habilidad, cual mortero plano, servía para elaborar la pasta fina y resinosa.
La gente que solicitaba los servicios del molino, además de la porción de aporte, dejaba un cúmulo de grano suficiente para que, una vez efectuado el proceso de transformación en masa comestible, recibiera el producto para su consumo familiar.
Diariamente había una fila de vasijas, con las insignias de sus propietarios, que llegaban con maíz y luego, su contenido era rellenado con la pasta producto del nixtamal y que, a su vez, era la base para la elaboración de las tortillas.

Debido a la variación en cuanto al tiempo de los resultados de la molienda, generalmente las entregas de la masa, de manera ordenada y casa por casa, las realizaba un pregonero, contratado por la autoridad civil para cumplir con esos menesteres.

Los pobladores, a su vez, dibujaban en el papel del árbol de amate ciertos mensajes, cuyos destinatarios habían llevado su vasija a muy temprana hora, y eran entregados, en un rondín que realizaba el pregonero a media mañana, cuando la sombra apenas se equiparaba con la altura de las cosas.
Había recipientes que no llevaban grano, sino únicamente las misivas ya descritas.
El pregonero entonces hacía también las veces de amatero epistolar o heraldo popular, así como de otros oficios diversos derivados de su andar por las calles del poblado y que, de una u otra forma, podía alternar entre sí.

El más socorrido era el de limpias y sanaciones, labor a la que dedicaba buena parte de cada tarde. Además, en esta actividad prácticamente no ejercía sus pregones, ya que casi todos los trabajos eran realizados mediante la concertación de citas programadas.
Requerimientos de índole ortopédica, tanto por lisiados de batalla como por accidentados del juego de pelota, lo convirtieron en un huesero excelente.
¿Y qué decir de las actividades de intercambio? Entre los lotes de pedrería y las pociones y menjurjes, era un experto en trueques y valores.

El pregonero realizaba su labor principal en la plaza y en todas las calles del caserío. Sus gritos eran reconocidos en varias manzanas a la redonda.

Una vez le ofrecieron barras de xocolatl y piezas comestibles a base del delicioso amaranto a cambio de las tradicionales e intercambiables semillas de cacao.
Él aceptó el trueque sin chistar, sin saber que estaba adquiriendo una problemática con matices de índole ritual.
Las figurillas así confeccionadas casi eran exclusivas de los recintos señoriales, ya que se estilaba mezclar con las semillas el producto escarlata de los ejercicios de auto sangrado, con lo que se convertía en sacro alimento.
El pregonero sabía todo esto, pero la mujer con la que realizó el intercambio era una de las doncellas más afamadas y bellas del barrio.
He aquí entonces que ella había sustraído la figurilla de amaranto del templo azul, pues pensaba realizar un buen trueque y así poder adquirir un collar de jade que traía el pregonero desde semanas atrás.

A ella le funcionó, pues el cacao recibido se lo dio a su hermano y éste a su vez lo intercambió por la joya.
Pero el pregonero sí que sufrió, ya que, por esos acontecimientos, fue detenido y llevado ante el mismísimo soberano, quien le dijo:
–Nosotros sabemos que tú eres el culpable por el robo del panecillo. Sin embargo, y gracias a que dispongo del poder supremo y señorial que me da la posibilidad real de evitarte la ejecución del máximo castigo, te haré la siguiente oferta.

El Gran señor hablaba de forma pausada; sus palabras, una a una, eran la ley a imperar durante el tiempo de la inmediatez.
–Deberás de brindar tus servicios de prestidigitador durante la próxima festividad del fuego nuevo...
"Prestidigitador" pensó, "de eso sí que no sé nada". Sin embargo, no podía contradecir al monarca; vaya, ni siquiera podía articular palabra.
Las "propuestas" soberanas en realidad eran mandatos estrictos.

Faltaban sesenta lunas para las fiestas, así que inició el aprendizaje de los magos.
Acudía todos los días a la plaza, pero ahora a informarse y empaparse de formas de hablar, así como ademanes sacros y estilos de premonición, a fin de superar la prueba señorial impuesta.

Fue todo un éxito.
Durante los tres días que demoró su participación, respondió con habilidad a todas las expectativas. Un correcto control corpóreo lo confundía con los prestidigitadores de oficio.

Al finalizar las celebraciones, regresó sin más a su trabajo habitual, mismo que había descuidado en los últimos tiempos.



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