Cuchillos al piso


Allá iba el grupo de pioneros. Eran los hijos predilectos de la revolución cubana, ya que todos habían nacido después del triunfo de 1959. Esperanza, originalmente se iba a llamar Teresita de la Caridad; así lo tenía previsto su conservadora madre, misma que murió el 2 de marzo, exactamente dos meses después de que los rebeldes de las fuerzas populares ingresaran en La Habana. Miguel, su padre, quien colaboró en el proceso con la resistencia urbana, decidió el cambio del nombre. Era muy bella la chiquilla, irradiaba esa felicidad adquirida en un ámbito de libertad y apertura. Había transcurrido una década de la desaparición materna cuando fue condecorada con una de las medallas "Maceo", cuyo premio en especie fue el participar en un campamento en las inmediaciones a la Sierra Maestra.

De todos es sabido que en la isla caribeña no existen las 4 estaciones anuales tradicionales, sino únicamente dos períodos, denominados época de secas y temporada de lluvias. Y en esta última es en donde se ubicó la excursión infantil.

Aparte de las actividades recreativas, había otras destinadas a labores propias de supervivencia. Por ese motivo, tanto los niños como los asesores adultos, siempre cargaban con un arma punzante.
"Cuchillos al piso" era la orden más importante que se escuchaba siempre que se veía acercar la lluvia, por aquello de la posible atracción eléctrica. Dicha acción debía hacerse extrayendo el objeto de la cintura, con sumo cuidado, sin elevar la mano más allá de los hombros para soltarlo de inmediato.

Juliancito, quien provenía de la ciudad de Trinidad, ubicada en la provincia de Sancti Spiritus, se hizo muy amigo de Esperancita. Su padre, colaborador en la guerra de guerrillas bajo el mando del comandante Camilo en la Sierra del Escambrai, poseía actualmente un cargo importante en la dirección del Partido.

A punto de cumplirse los treinta días del convivio en el campo, ambos pequeñuelos habían establecido una interesante conexión en base a sus altas conductas, originadas sin duda por sus respectivas influencias paternas.

Con esa coquetería natural, la niña lo hacía rabiar con frecuencia al decirle. -Julián, dime Teresita, que así lo quería Mima.

Solamente ellos dos supieron lo que ocurrió el último sábado, el día de la gran tormenta, cuando el grupo corría a guarecerse y la instructora dio la consabida orden. 
–Cuchillos al piso.
Juliancito vio por última vez a su niñita al tiempo que levantó su mano lo más alto que pudo y se alejó paradójicamente hacia el este. Esperanza alcanzó a ver arriba del horizonte el brillo plateado del instrumento, cuando gritó. 
–¡No, no!
Pero fue demasiado tarde. El estremecedor sonido del rayo a pocos metros de distancia se confundió con el haz luminoso. Fue la primera y única vez que todos los presentes escucharon y vieron la chispa lineal de manera simultánea.


Comentarios

  1. Interesante la forma en que desarrollaste la historia. Tal y como es la putavida. Aparece y desaparece cuando "se le cantan las pelotas" como decimos por estos lares. Y no respeta nada. Gracias por compartir tanto talento.

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