Clínica de la memoria


Ayer acudí a la clínica de la memoria. Se encuentra en uno de los complejos hospitalarios recién inaugurados. De hecho se denomina 'ciudad de la medicina neomoderna'.
El antiguo nosocomio que atendía los pacientes que, como yo, requerían el borrado de sucesos tóxicos, se encontraba en él área central del viejo casco citadino.
Pocos acudíamos al sitio debido a la clandestinidad con que operaba.
Por fortuna, la nueva ley de salud permite que, al ser un mal común, este padecimiento forme parte del cuadro básico de enfermedades cuya asistencia es responsabilidad estatal.

En aquel espacio clínico, recuerdo (y no hay contradicción) que había un área de nutrición. Pero ésta no trataba la alimentación ni el funcionamiento del aparato digestivo sino, precisamente, el crecimiento neuronal de los pacientes mediante unas sondas translúcidas que, según nos decían, llevaban microcuerpos sólidos de última tecnología que, ya en el interior, disparaban nanoproteínas con el objeto de reforzar la vida de las células nerviosas.
Ahora, de todos es sabido que la generación de punta manipula los parches neoneuronales. De ahí la fuerza que tienen los eventos del imaginario colectivo e individual en su fijación cerebral.

En las nuevas instalaciones existe la denominada zona de ejercitación. Allí recurren a las antiguas prácticas de los terapeutas freudianos y hacen que uno recuerde sucesos de todo tipo, dañinos o no. Yo en verdad pasé un rato muy desagradable. Por fortuna, de ahí me dirigí a los hidromasajes, con lo cual quedé como nuevo: como en los sobrevivientes baños turcos de la zona transoriental justo al norte de la mancha urbana.

Por último es importante destacar el confort, tanto acústico como lumínico y térmico que ofrece el sitio. Así, el desaparecer de los recuerdos pasa a ser casi como un acto reflejo.

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