Huguito el del versito

 

Había un personaje que todo el hormiguero apreciaba.
¿Y quién era éste? 

Nada más y nada menos que el pequeño Hugo. 

Bere le sentía un cariño especial porque, siempre que se encontraban, ella escuchaba palabras bellas que Huguito escribía, no sólo a ella, sino a casi todas las hormigas del nido. 

 

En este cielo lluvioso
se dibujan mil figuras
en juegos y travesuras
de carácter primoroso.

 

    Este tipo de rimas mantenía la felicidad de la colonia. 


    El pequeño escritor en ocasiones se alejaba del nido para inspirarse en la creación de nuevos versos. 

    Pero era tan extrañado que, cuando se sabía de su regreso, todo el vecindario se enteraba y acudía al gran patio central para escuchar sus recitaciones.

    Cada hormiguita se retiraba cuando pasaba su dedicatoria.
    Así, poco a poco se iba desalojando la plaza. 

    Pero la Bere siempre lo acompañaba hasta el final. Las palabras que escuchaba la hacían imaginarse siempre mundos de abejitas celestiales.

Bere chiquita,
mi pequeñita
eres bonita
fiel hormiguita.

    Era tan sabio el pequeño Hugo que, cuando decía sus versitos, las noches y los días del hormiguero se llenaban de belleza y esperanza.

“¡La reina Azucena
domina el jardín
con su boca llena
de rojo carmín!

¡Un colibrí vuela
a su alrededor
y ella se desvela
por tener su amor!
¡Bate, bate, bate,
alitas de sol,
verde chocolate,
dulce tornasol!

¡Hay en su sonrisa
algo angelical,
ondula en la brisa
su talle ideal!

¡Su corola llena
de pico y amor;
la reina Azucena
es todo un primor!”
 (*)


(*) El último poema, en efecto, es del escritor Hugo Mario Bertoldi
y aparece aquí con su autorización.  

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