Pasaje clásico


Estaba un sofista en al ágora ateniense. Su toga reluciente parecía brillar entre la bruma. Corrían tiempos aciagos en las polis. Este personaje hablaba con ausencia de sencillez, cual filósofo –o enseñante– incipiente.

–Hace muchas lunas y soles que dejamos de creer en los oráculos. La demostración de la verdad debe basarse en principios alejados de lo esotérico. Zeus habita sólo en mentes inferiores.

Sus palabras, de una u otra forma, atraían cada vez a más oyentes.

–El estoicismo impera en derredor –continuaba en su elocuencia.

Poco a poco se iban acercando al orador posibles discípulos.


En otro espacio de la plaza, se sabía de reuniones lisonjeras que, en virtud del orden de las cosas, aplaudían al ponente, pensando en un gobernante en ciernes.


Más alejados del centro cultural propiamente dicho, pero aún sin acercarse a los templos, se ubicaban los poetas del volumen y la imagen. Más adelante se les conocería como artistas plásticos.

Se dice que preparaban sus apoyos e instrumentos de trabajo con sustancias tóxicas que, en ocasiones, eran ingeridas a través del aparato respiratorio, generando actividades psicotrópicas.

Aunque, había rumores de que dicha alteración de la conciencia en verdad era uno más de los ‘objetos' contribuyentes a la elaboración de las obras.


Atenea sabría 'a ciencia cierta' la absoluta realidad de su tiempo.

Aunque la reina de reinas siempre ha sido Afrodita.


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