Neologismos


Hoy amanecí con dos deseos: un apasionante beso neoclásico y también ¿por qué no decirlo? Estar a la estatura de tu historia. (Siempre que me dirijo a ti, sabes perfectamente quién eres, aunque a veces ni yo mismo lo sé).


Por lo que al primer tema compete, creo que el ósculo se define con el teorema pitagórico en su replanteamiento más puro, en base a la sumatoria de todos los efectos. Así, recorrer visualmente un capitel neo jónico (sin duda voluptuoso) me conduce inevitablemente al siglo diecinueve y sus incipientes extractos mecánicos de la post ilustración.

Releo en la comisura de tus labios todas las hazañas homéricas, principalmente las de los invencibles mirmidones, y quedo exhausto tras la batalla, como Aquiles.


En el principio mismo de la locomoción, el vapor me remite, no al calor, sino a los sueños posibles: al genio de la lámpara y al canto mítico oceánico, a sabiendas de la reaparición decimonónica de las sirenas (obvio: con la falsedad a cuestas). De ahí los neo Ulises fingidos retratados por Daguerre.


El beso neoclásico por excelencia conlleva, por un lado, la extensión metafórica de los enormes fustes palaciegos así como de la audición de los cuartetos de Beethoven.

Ah, pero las 'lieder' de Brahms y Shubert siempre serán la mejor herramienta de seducción. (Las de Chopin, por cierto, me acercan más a la modernidad del fortepiano).


Así voy llegando, casi, a la altura de la historia más apasionada jamás escrita: la que describe líneas y flores en torno a tu figura neo gótica.

Estás construida con acero y mármol, así como con mucho amor. Por eso nos entendemos. Aunque, en este contexto, mejor decir: nos neo entendemos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Debo disculparme?

Ojiva –planeación y resistencia

Hilos