¿Debo disculparme? Sí. Traigo un caparazón sobre mi cuerpo, forjado durante miles de años. Pertenecí a los cazadores nómadas que dejaron muchos hijos sin atender, incluso sin conocer. En efecto, después cargué enormes piedras para la construcción de templos y montículos, y me consideré superior a mis compañeras mujeres. Labré capiteles y pilares en Mesopotamia y Egipto. Decidí construir el techo de las casas y no tejí el ropaje de nuestros cuerpos. Dejé también la cocina y me desentendí (una vez más) de mis descendientes. Fui filósofo en el Ágora y haciendo a un lado a la mujer y ensalzando los logros masculinos. No permití un desarrollo equitativo y generé la invisibilidad de todo lo positivo que iba alcanzando el área femenina. Inventé religiones con mandos masculinos. Incluso con relaciones poligámicas ejercidas por ellos. De ahí surgió que, si una mujer hacía lo propio, la nombraría (y la nombro) con el peyorativo de prostituta. Construí, por todo el orbe, imperios sin emperatric
Hace varios años, en un taller literario (en la red) tuve una fuerte discusión con supuestos expertos en microcuento o microrrelato o minificción
ResponderEliminarDe ahí le llamo narrativa breve, aunque también me gusta microcuento.
En fin, discutían mucho sobre esta publicación.
Sostengo (desde entonces e incluso ahora, a la distancia temporal) que querían definir los componentes de una oración: sujeto, verbo y predicado; cuando la estructura de una minificción es otra absolutamente.
Ahora he compartido el texto motivo de tal controversia, cuyo título es Corte vegetal.