Sin piel


Se despertó en la madrugada; al parecer, su sola soledad lo requería.

Al carecer de epidermis, no había forma de que el sudor brotara por sus poros. Ella lo buscaba y a él le gustaba su gesto.

Buscó la manera de presentar, al menos ante la mirada de ella, una piel agradable y suave. Pero... fue insuficiente, por lo que el resto de su cuerpo manifestó su lejana presencia. Entonces se percató de que el ente femenino no sólo necesitaba de un sujeto cercano, sino de que éste correspondiera al de un espécimen bello a sus ojos –los de ella–, que no a los de muchos –por lo menos a los de él, no.

Eso lo orilló a realizar una introspección brutal, a tal grado que dudó incluso de su osamenta.

Cuál sería su sorpresa al descubrirse sin huesos y... sin músculos y sin nada.

Decidió entonces volver a dormitar.

Ah, qué delicia fue retornar al sueño. 


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