La nobleza de la superficialidad y la ausencia de profesionalismo


La fama de los periodistas en México (tal vez en América Latina) es muy similar a la de los actores de telenovelas, los que son Malos Malos (con M mayúscula), pero con una fama generada de manera artificial precisamente debida al poder de "salir en la tele", entre otras "virtudes".

Todo en ellos es pésima actuación.

Lo triste y grave del asunto es conocer las millonadas que cobran exclusivamente por dicha fama, que no por otra cosa.

En el imaginario colectivo se cree que son "buenos", en todas las acepciones posibles, y eso les da pie para hacer, pero sobre todo decir, barbaridades.

Han llegado a la moderna nobleza (la de "tener casa en Miami") gracias, en mucho, a haber vendido su alma a un diablo contemporáneo, representado por la sumisión ante el mismísimo representante del poder fáctico: el dinero.

Los futbolistas del circuito profesional tienen maomeno las mismas características.

Por eso, la premisa de "al pueblo pan y circo" se cumplió durante todo el periodo neoliberal y es muy difícil desarraigarla de la zona de confort que todavía se da en las salas de televisión de las casas mexicanas y latinoamericanas.

Por fortuna, la mayoría de los jóvenes, es decir, de las nuevas generaciones, tienen en sus manos, literalmente, un poderoso instrumento que podrá derrumbar estos falsos ídolos.

Ojalá y los nuevos posean mayor veracidad (sobre todo: calidad –igual: en toda acepción posible–), porque, de no ser así y si se continúa en el mismo tenor, el futuro será cada vez más incierto.


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