Memorias: Tres mariachis en Garibaldi

 

Hubo una época de mi vida en la que departía con ciudadanos norteamericanos con el objeto de conseguir o celebrar, según el caso, contratos de cierto tipo de construcciones en mi país.

Fueron experiencias interesantes pues me divertía al mismo tiempo que trabajaba. La empresa en donde laboraba me pagaba todos estos gastos aparte de mi sueldo habitual.

En una ocasión los invité al Bar “Jorongo” del Hotel María Isabel Sheraton a escuchar mariachis en vivo; pero éste fue sólo el principio de la noche pues, cuando se terminó el espectáculo en dicho recinto, optamos por continuar la juerga en uno de los lugares más pintorescos de la ciudad de México: la plaza Garibaldi.

Acudimos nuestro grupo así como otros dos que invitamos; es decir: de otro número igual de mesas que deseaban continuar el jolgorio.


Ya en el sitio, aparte de las improvisadas cantinas al aire libre que ahí se establecían, se nos ofrecieron tres mariachis para amenizar el momento.

Optamos pues por contratarlos, para lo cual esperamos unos instantes en los que se afinaban los instrumentos musicales de las agrupaciones respectivas.

Un mariachi, como es sabido, comúnmente se compone de once elementos. Nosotros éramos como quince parroquianos y el escuchar cinco o seis trompetas, más o menos diez violines y el acompañamiento respectivo de guitarras y vihuelas, al menos a mí me transportó a una sala de conciertos divina y celestial (habrá sido por la cantidad de tequila ingerida, qué se yo).

Ahora, la modernidad ha modificado la manera de celebrar acontecimientos importantes y Garibaldi no es la excepción: ha cambiado.

Esta anécdota ahí quedará para los anales históricos.


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