El hijo de la anciana


Todos sabían que iba a morir. Entonces organizaron un desfile de familiares y amistades más allegadas a efecto de que 'despidieran' a la anciana aún en vida.

Uno de los bisnietos de actitudes más irreverentes salió todo apesumbrado del cuarto de la moribunda.

–¿Qué te dijo? –le preguntaron algunos primos contemporáneos al infante.

–Que a su 'regreso' prometió que yo sería el primero al que se iba a llevar.

El pobre niño vivió atemorizado durante un par de semanas; luego, al ver que no pasaba nada, se le olvidó la maldición y vivió feliz.

No ocurrió lo mismo con uno de los hijos de la agonizante, quien llegó demasiado tarde. Cuando ingresó a la habitación su madre estaba en los últimos estertores.

Él sí que vivió con miedo hasta el fin de sus días. Entonces, cuando se repitió el cuadro de la 'despedida', llamó a su único hijo y le pidió perdón.

–¿Por qué, padre?

–Debes saber que, en una etapa de mi vida me dediqué a vender manteca y chicharrones de puerco...

–¿Y...?

–Pues que todos los días le llevaba a tu abuela su ración de estos alimentos...

–¿Y...?

–¿...Que a ella también le exigía que me pagara, por lo que estoy sumamente arrepentido y, debido a que no obtuve su dispensa, te pido a ti, hijo mío, que seas tú quien me otorgue el perdón...

–Lo siento, papá –escuchó– pero yo no puedo hacerlo, en verdad no tengo nada que ver en este asunto...


Y el hijo de la anciana murió desamparado por haber hecho negocios a expensas de su propia madre.


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