Espectacular
Todos los días observaba por unos instantes el enorme anuncio y, siempre, durante ese corto tiempo, hacía la misma reflexión: "Allí están tres números relacionados con mi persona".
En primera posición se ubicaba el 67; eran las dos últimas cifras del año de su nacimiento. Enseguida el 39. Como él vio la luz un 8 de febrero, este numeral representaba ese mismo día contado a partir del 1 de enero.
En tercer lugar, el que él consideraba su número de la suerte, el 15, el cual, por cierto, tampoco surgió de manera fortuita, no; éste representaba el lugar que con mayor frecuencia había sido designado en los listados escolares; a veces fue 14 y otras, 16 ó 17, pero el quince lo recordaba más debido a haber sido el que mayormente ocupó.
Como siempre, al cabo de unos minutos, su cabeza ya estaba en otra cosa, debido a sus preocupaciones habituales y a las necesidades que obligaba el tráfico vehicular.
Es por eso que un día después de "las turbulencias", lo extrañó:
¡No estaba el imponente letrero!
Fue uno de los 39 anuncios espectaculares que derribó el viento.
Esa mañana su esposa le había preguntado "¿naranja o toronja?".
Él estaba seguro de haber elegido la opción primera, incluso en un par de ocasiones; sin embargo en la mesa estaba vertido el jugo de toronjas, el cual bebió sin inmutarse.
Minutos después, y debido a que ese día su auto estaba en reparación, abordó un taxi. El conductor que lo llevaba encontró mucho conflicto automotriz (precisamente en la plaza en donde estaba –y había caído– el anuncio ya descrito), por lo que sugirió dos rutas alternas: tomar la avenida periférica o irse por el camino del puente verde, llamado así por las manifestaciones tumultuosas de partidos y grupos ecologistas.
Ensimismado en su problemática laboral, apenas recordaba que se había inclinado por la ruta que rodeaba la ciudad, cuando alcanzó a percibir un mitin de ’greenpeace’.
–¿Acaso no le dije que tomáramos por la periferia?
-No –aclaró el taxista– dos veces insistió que transitáramos por el crucero de los verdes.
"Juraría que nunca di esa indicación" pensó.
Ya sin contratiempos llegó a la oficina en donde trabajaba.
A partir de que Maribel Fernández, su secretaria, le sirvió café (cuando él estaba seguro de haber requerido agua), fue comprendiendo que había una especie de desajuste, por llamarlo de algún modo, entre sus elecciones y las respuestas que recibía en torno a ellas. Poco a poco se adaptó a su nueva circunstancia. Así, para solicitar el último reporte laboral, ya sabía que debía pedir las facturas a revisión; o, para que un colaborador le rindiera un informe, debía de enviarlo al médico.
Lo más interesante ocurrió cuando le pidió a su bella asistente que mantuviera la puerta del privado abierta de par en par, y ella acató la orden cerrándola y cruzando el pasador doble.
Nunca se había atrevido ni siquiera a flirtear con ella. Pero ese día sucedió que todas las indicaciones que daba, su secretaria las interpretaba en sentido inverso, hasta que terminaron desnudos en el sofá y fornicando inevitablemente de una manera deliciosa.
Una vez que se cumplieron quince días exactos del suceso, y mientras terminaban de reinstalar el espectacular, con fecha 26 de octubre (faltando 67 días para concluir el año), su vida volvió a la aparente normalidad.
En cuanto el anuncio volvió a exhibir los numerales consabidos, y justo en el instante en el que el último trabajador descendió de la torre de soporte, lejos de allí, en la oficina, Maribel escuchó:
–Señorita Fernández, hoy estoy muy cansado, así que haga el favor de cerrar la puerta con doble cerrojo y venga conmigo.
La fiel secretaria, ahora amante, cumplió la orden al pie de la letra, al tiempo que comenzaba a desabotonarse la blusa.
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