Evento infructuoso


Después de haberme amenazado con aplicar azotaínas, y ante su inminente fracaso (pues ningún cambio obtuvieron con eso), los puritanos mojigatos, amparados en los conceptos pecaminosos agrupados en el siglo VI, pretendieron reprimir mi sexualidad desbordada mediante un absurdo acto exorcista.
–Asmodeo, príncipe de la lujuria –decían– ¡sal inmediatamente de este cuerpo!
Me abrazaba un grupo de tres sacerdotes y pedían que gritara y cosas así. Zarandeaban mi cuerpo de un lado a otro, enfrente de una muchedumbre expectante.
Querían que adquiriera la supuesta virtud de la castidad o qué sé yo. 

El suceso me calentaba mucho, pues entre la multitud se encontraba una hembra muy bien dotada: llevaba un escote que acusaba unos pechos divinos y erectos.
–Asmodeo... –escuchaba apenas este pecador, pues mi concentración era manipulada por esas tetas...

La libido originada en el músculo óptico, se desplazaba por toda mi humanidad.
Quién sabe qué les transmitía a través de mi piel a los supuestos sanadores del mal.
La cosa es que, de repente, soltaron mis brazos y me vine abajo estrepitosamente.
Ahí estuve un buen rato mientras los espectadores comenzaban a retirarse.
Me hicieron firmar un documento en el que aceptaba la "ausencia del demonio de la lujuria".

Ya no supe qué más ocurrió. Me incorporé y partí en busca de la dama de los bellos senos.



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