El barquito de papel



Del otro lado del estanque llegó para quedarse una pequeña balsa blanca.
Parece ser que por la mañana unos niños la habían echado al agua junto con lanchitas de plástico y botes de madera.
Pero los pequeñines no le prestaron mucha atención al hecho de que el barquito de papel se alejara con rapidez.

La expedición vespertina, comandada por la hormiguita Bere, se subió a la blanca nave, la que les dijo:
–Amigas: ¿podría quedarme a vivir con ustedes? Fui construido por el papá de uno de los niños del pueblo; pero nadie quiso jugar conmigo. Parece que prefieren otro tipo de embarcaciones.
"Y es que no saben de lo que soy capaz; aunque no tengo motor, gracias a mi enorme vela, puedo navegar a gran velocidad.
"¡Cómo habla este barquito!" pensó la Bere, al tiempo que le dijo.
–Sí, puedes quedarte, pero aquí, aparte de jugar, debes ayudarnos a realizar el trabajo cotidiano. Es mucho el tiempo que empleamos en la recolección cuando rodeamos el lago, por lo que, si transportaras nuestra carga, podríamos conseguir más provisiones para el invierno que se acerca.
Y la pequeña nave marítima insistía.
–Pero a mí me gusta mucho jugar y que otros lo hagan conmigo.
–Está bien –replicó Bere– si ganamos víveres y ahorramos tiempo, lo más probable es que destinemos más minutos a la diversión.

A partir de entonces, después del horario de trabajo, había excursiones para que las hormigas más jóvenes, visitaran el barquito de papel con fines eminentemente recreativos.




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