Encapuchados





El individuo y su acompañante estaban apostados en un lugar sumamente apropiado para observar la procesión. Ésta inició con tres o cuatro mujeres descalzas que iban encadenadas de sus tobillos con pesados grilletes. Arrastraban con muchísima dificultad gruesos eslabones engarzados.
Se sabía que eran mujeres porque, aun con el rostro cubierto, dejaban entrever sus formas femeninas, además de mostrar su peculiar modo de andar, incluso en estos actos de penitencia.
A continuación venía otro puñado de personas, también mujeres, con unas gruesas velas gastadas, cuya cera derretida invariablemente llegaba hasta la empuñadura misma, provocando quemaduras en sus dedos.
El tercer agrupamiento ya estaba conformado por varones; éstos portaban sobre sus hombros unas incomodas pacas cilíndricas de varas espinosas, amarradas a lo largo de sus brazos, de tal manera que representaban una especie de crucifixión andante.
El último grupo de encapuchados venía con el torso desnudo y llevaba cada quien en sus manos unos cordones blancos con los que se cruzaban las espaldas. Los extremos debían de tener algún objeto punzante, ya que toda la zona trasera de su cuerpo dorsal (la baja espalda) en donde recibían sus propios golpes presentaba ese color escarlata que ofrece el fluido sanguíneo fresco.

La esposa del individuo comentó: "no creo que sea sangre esa pinturita roja que parece brotar de sus espaldas"
A lo que un lugareño respondió:
"Claro que lo es, señora".

La pareja de forasteros entonces, abandonó su lugar de "privilegio", con esas reflexiones que se suscitan después de percibir, asombrados y angustiados, actos tan inverosímiles como el que acababan de presenciar.

Los cómplices principales de estos sucesos son:
1. El papa del Vaticano: el actual o su antecesor o su sucesor.
2. El cardenal mexicano: el actual o su antecesor o su sucesor.
3. El obispo del estado de Guerrero
4. El párroco de Taxco e Iguala, lugares de donde se sabe que se practican estos rituales.

Todos ellos, porque al tolerar-permitir que este tipo de actos se realicen en las inmediaciones del atrio parroquial, fomentan e impulsan la continuidad de estas absurdas y vergonzosas torturas auto flagelantes.


Nota aclaratoria: Este relato NO es ficticio; es la realidad absoluta, la cual fue presenciada por el suscrito (el individuo del texto) en los "festejos" o celebraciones de la Semana Santa en la ciudad de Taxco, Guerrero, hace apenas un par de años.
Evento que se realiza en el país al que pertenezco y del cual no me siento orgulloso, sino sumamente contrariado.


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