Doña Inés

Nᴀʀʀᴀтɪvᴀ Vɪʀʀᴇɪɴᴀʟ

Doña Inés de Branciforte Marquesa de Mancera, gustaba de una de las actividades femeninas más denigrantes de la Nueva España: el juego de naipes.
Las damas podían acompañar a los hombres a las jugadas, pero el hecho de que participaran en las mismas, provocaba un escándalo sin par.
Felipe III, más biznieto de Felipe el Hermoso que tataranieto de los Reyes Católicos, había heredado de estos últimos una fe ciega en las cuestiones de índole religioso. Y ese ambiente, sacro en extremo en la península ibérica, llegaba al Nuevo Mundo con los matices propios de la lejanía y las reinterpretaciones producidas por la mezcla cultural.
Aunque los nativos de las tierras amerindias casi fueron aniquilados en su totalidad, las imponentes reliquias pétreas acusaban la grandeza de los antepasados autóctonos.
Asimismo, las castas reflejaban la presencia, en mayor o menor medida, de costumbres y tradiciones bastante alejadas de los planteamientos de la metrópoli.
Doña Inés, desde pequeña, había dispuesto para sí de un ejército de esclavos y damas de compañía, de quienes aprendió infinidad de artes y oficios, así como ciertas actividades que se consideraban de carácter estrictamente masculino.
Sabía barajar los naipes perfectamente y era avezada, atrevida y mandona, pero muy en el fondo, portaba una ternura inusual en las mujeres de la época.
Su comportamiento social era intachable; no así el clandestino, a los ojos de otras visitadoras a los recintos secretos, en donde, aparte de las apuestas, corría el pulque (*), considerado por la nobleza como un elíxir del demonio.
Y no les faltaba razón, ya que, por ejemplo, alguna dama encopetada, bajo los influjos de algún curado (**) de alfalfa o de apio, apostó varias veces “su resto”, a sabiendas de que éste no era otro más que su delicado cuerpo, y el que, por esos actos descabellados, fue tomado, o por otra infiel cortesana o por algún sirviente de la casa de la ganadora.
Aunque Doña Inés no era propiamente quien organizaba las tertulias en donde se involucraban los juegos de azar, empezó siendo envidiada en la corte del Conde de Monterrey, y se extendió hasta la del Marqués de Guadalcázar, virreyes en turno en la Nueva España, por causas más bien de carácter político, como se tratará más adelante.
Mientras la corona ibérica mantenía hostilidades con Inglaterra y los Países Bajos, a las reuniones clandestinas acudían aparentes "enemigos" del virreinato, por ejemplo, Margarita la Holandesa Viuda de Aragonés, así como un mestizo de singular ascendencia: Don Jorge el Inglés, hijo de española peninsular y de un navegante, cuya nacionalidad era entre irlandesa y escandinava. A pesar de ser hombre, no fue aceptado en el circuito "oficial" durante todo el tiempo que persistió el conflicto bélico de principios del siglo XVII.
Su fortaleza corporal propiciaba el que muchas damas perdieran "su resto" con este apuesto caballero.
Los sirvientes a los que se les permitía asistir a las reuniones, no podían tener más de tres generaciones en su ascendencia sin que apareciera, por lo menos, un criollo en dicho árbol genealógico.
Los esclavos, en cambio, mientras fueran del más bajo estrato eran "bien recibidos"; y todo en función de las castas novohispanas, las que operaban mediante la observancia directa de cuerpo, rostro y semblante.
Y no era difícil identificar a los miembros de las bajas estructuras de poder: por su posición encorvada y, sobre todo, por su lenguaje mestizo. Mientras más modismos indígenas, más cerca se encontraba de éstos.
Con la inminente secreción de semejante congregación, se daban varias acciones prohibidas, como el canto de voces sopranos interpretadas por mujeres, pues dichas tesituras por lo general, en los eventos públicos, eran realizadas por niños o por los peculiares castratos o castratis.
Aunque suene extraño, era curioso ver a las representantes femeninas vestidas precisamente de damas.
Las monedas que Doña Inés cargaba eran Carlos y Juana en vez de las modernas macuquinas (***), por dos razones fundamentales: la primera, la forma circular casi perfecta de las mismas y, la segunda (y tal vez más importante), su defensa irrestricta y a ultranza de la "cordura" de Juana I.
–¿A quién le interesa reivindicar a La Loca? –escuchaba con frecuencia.
–A mí –respondía con provocación, a sabiendas de que se iniciaría algún debate interesante.
–Los bien recordados Reyes Católicos contribuyeron en gran medida –decía– a todas las intrigas que se suscitaron en torno a su hija.
"A quién, si no a ellos, podría habérseles ocurrido nombrar a un descendiente con el nombre de la "hija negada" de Enrique IV, la que, como de todos es sabido, se retiró al convento de Santa Clara de Coimbra los últimos cincuenta años de su vida, titulándose Reina de Castilla.
Enfatizaba irónicamente el "todos" precisamente porque nadie estaba interesado en el pasado histórico, ni de las nuevas tierras ni de la metrópoli.
–Pocos saben –continuaba, y esto en verdad era cierto– que Juana I visitaba a su prima hermana, la "desheredada Beltraneja", de 1516 y hasta la muerte de esta última en 1530.
De lo que la gente sí estaba enterada era de que Isabel, después llamada la Católica, había sido elegida por su hermano, en los Toros de Guisando, cuando el trono le correspondía a su propia hija, de la que "se aceptó" que no era de él, sino de Beltrán de la Cueva (de ahí lo de Beltraneja).
Y lo que pocos, muy pocos conocieron, fue acerca de la "cámara real conventual" que se manejaba en Santa Clara, en donde las dos reinas despojadas desahogaron las terribles negociaciones que sus padres aceptaron.
Como ya se comentó, las reuniones en la clandestinidad propiciaban otro tipo de actividades secretas, como los amasiatos con mancebos de baja ralea e incluso las relaciones lésbicas, pero sobre todo: las disertaciones de índole político y literario, eventos todos éstos en donde las mujeres prácticamente no tenían acceso en la vida pública.
Doña Inés descendía directamente de la nobleza napolitana; su origen de Branciforte así lo manifestaba, y su título castellano siempre le dio autoridad para poder debatir las historias que la realeza había creado, desde los turbios inicios de la Casa de Trastámara hasta sus acuerdos acomodaticios con los Habsburgo.
Aunque el marquesado de Mancera fue creado hasta 1623, ella portaba el título desde principios del siglo a pesar de que el marqués de Lerma, elevado a la condición de duque por el propio Felipe III, nunca firmó la designación real, precisamente porque ella le negó el favor sexual al valido o favorito privado de la corona, lo que motivó su exilio cuasi voluntario de la metrópoli hacia las ricas y prometedoras tierras americanas.
Emulaba en el Nuevo Mundo las cámaras del convento de Santa Clara; así, el resultado de esas partidas secretas eran escenas equivalentes a lupanares o casas de cita en extremo elegantes, en donde Doña Inés jugaba uno de los papeles más relevantes; se insiste en destacar que, aparte de los placeres meramente mundanos, también se daban apasionados debates de alta factura intelectual.
No será éste el espacio en donde se expongan las correrías, no solamente de Doña Inés y las otras damas concurrentes con los demás visitantes 'menores' (de ambos sexos) a las tertulias. Habrá de anotarse, eso sí, que en varias ocasiones la dama departió, se sabe que en los aspectos puramente literarios, con la abuela de Isabel Ramírez de Santillana (madre de Sor Juana Inés, quien nacería varios años después, en 1648).


Este texto puede encontrarse en el siguiente sitio:
"Narrativa de filigrana. Mesoamericana y virreinal" de Ignacio González Tejeda

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(*) Bebida espiritosa, blanca y espesa, extraída del maguey de manera autóctona.

(**) Preparado de pulque con la mezcla de algún fruto o yerba. Hasta la fecha, esta bebida se ingiere en la domesticidad por amplios sectores femeninos. No así en el ámbito público.

(***) Carlos y Juana: primera moneda acuñada en América entre 1536 y 1572.
Macaco, macuca o macuquina, se aplica a la moneda de oro o plata cortada (de aquí que también se conozca como "cortada"), fabricada de 1575 a 1773.

Comentarios

  1. Estás seguro,amigo querido y admirado, que no viviste en aquellos tiempos? Son tan pero tan vividos tus relatos que no se llega a conocer si es ficción o realidad lo que estamos disfrutando en ese tiempo mágico en que nos sumergidos. Gracias por la Magia.

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    1. Jajajaja
      A veces pienso que en efecto estoy contando algo que viví.
      Estos relatos virreinales son muy difíciles de escribir porque tengo que estar con la enciclopedia al lado para poder cuadrar datos y personajes históricos, tanto de la península ibérica como de América

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