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Aracné era una humilde tejedora que habitaba en la región meridional de la comarca; era de una belleza singular y además poseía unas manos maravillosas. Su verdadero nombre era Helena pero, como desde pequeña se interesó por los personajes de la mitología grecorromana y, al saberse tejedora hábil, decidió cambiarlo. Desechó la elección relativamente fácil de Penélope debido a su lucha ideológica en pos de la mujer insumisa e independiente.
Confeccionaba todo tipo de indumentaria e incluso objetos de ornato.
Manejaba las agujas de una forma inusual, casi como espadas de esgrima en aparente lucha; al final, sin embargo, de esos embates punzantes brotaban las prendas más hermosas que pudieran apreciarse en la demarcación.
Su casa era al mismo tiempo el taller de dónde salían todas sus obras textiles.
Al norte de la comarca vivía otra bella tejedora cuyo nombre era Minerva.
Esta última tenía nombre de diosa y en verdad se comportaba como tal.
Y más o menos, como se cuenta en la mitología, se dio una especie de concurso entre las dos artesanas, resultando triunfadora Aracné.
El tema elegido fue el vestir de sirena a la contrincante. Un jurado dictaminó el otorgamiento de la presea a la creadora del sur.
Así, el día de la premiación y como marcaban los cánones, Minerva le ofreció a la ganadora la prenda que había confeccionado.
Aracné la aceptó con humildad y llevó tal vestuario a su vivienda.
Y ahí, en la soledad de su taller, observó detenidamente el obsequio y se percató de que los tejidos de Minerva poseían una rara cualidad que ella no recordaba haber visto en otras prendas.
Extrajo agujas e hilo del sitio de guarda y se dispuso a practicar tales puntos:
Largo - vuelta - trenza - revés - nudo ...
Hacía un ademán como de apretujado de los hilos y éstos se soltaban, sin más...
Corto - revés - nudo - trenza ...
Mismo resultado infructuoso.
Cambió el tipo de estambre e incluso el punzón de las agujas con el objeto de facilitar las vueltas y las anudaciones y, cuando por fin no se soltó el tejido, lo comparó con el original y resultó ser muy diferente.
De nuevo modificó el orden de nudos y estires y... lo mismo.
Practicó bastante tiempo y no encontró la fórmula del entretejido.
Decidió entonces innovar y experimentar una técnica múltiple en la cual intervenían ocho agujas.
Sólo ella pudo ingeniárselas para lograr la simultaneidad. El caso es que en el primer intento obtuvo el punto esperado, casi como trazo de revista.
A pesar del logro, no llegó a la precisión que presentaba el tejido de Minerva.
Su obsesión la llevó a construir un artefacto en el que se sostuvieran las ocho agujas y que dos, cualesquiera de ellas, siempre pudieran ser manipuladas.
Sabía perfectamente que al lograr esos complejos puntos y emplearlos en sus audaces diseños la podrían convertir en la tejedora más importante de toda la región.
Demoró siete días en los que casi no dormía ni comía (sólo lo esencial en ambos casos) y al fin pudo elaborar el mecanismo deseado.
Con esa satisfacción se dispuso a dormir para reponer, en la medida de lo posible, el cansancio manifiesto.
Fueron más de veinticuatro horas en las que el sueño dominó su vigilia.
Minerva, por su parte, había destinado a una persona de su absoluta confianza para vigilar las acciones de Aracné, con el objeto de recibir a la durmiente.
El hecho es que ésta, cuando despertó de su letargo, se encontró cara a cara con la tejedora otrora contendiente o rival.
–¿Qué deseas, noble artesana? –preguntó Aracné– ¿a qué has venido?
–Vengo a ofrecerte con humildad mi respeto. Una amiga cercana me informó de tu reciente creación y quiero felicitarte. A mí me llevó más de media vida elaborar un instrumento similar. Me disculpo por haberme entrometido en la intimidad de tu vida pero...
Aquí, Minerva extrajo de entre su ropaje un pedazo de tela que presentaba un entretejido bastante complicado.
–Me gustaría que miraras con detenimiento esta pieza textil y me dieras tu opinión al respecto.
Aracné no se incomodó por la confesión acerca de la intrusión de la dama; con cierto nerviosismo tomó la prenda y al tocarla sintió como si una fuerza eléctrica golpeara todo su ser.
Su mente realizó un recorrido a través del tiempo y se posó en aquel libro mitológico que presentaba una túnica (o peplo) con bordados preparados justamente para la diosa Atenea.
El texto era precisamente eso: texto; es decir que no presentaba imágenes. Pero la descripción del autor correspondía a lo que ahora recorrían sus ojos. Imaginó la fíbula o broche con el que unían los lienzos sobre sus hombros.
Minerva estaba satisfecha con lo acontecido; a tal grado que se acercó a Aracné y la abrazó más bien en actitud de sostén, pues parecía que se iba a desvanecer.
–¿A qué has venido?
Ahora fue Minerva quien formuló la pregunta.
–¿Qué deseas de mí?
Ambas mujeres comprendieron en ese instante la misión que tenían y a partir de entonces vivieron juntas en el centro de la comarca.
Tuvieron tantos hijos como fases conocidas de la Luna.
Cuatro procreó Aracné y cuatro, Minerva.
Ellos, a su vez, en el devenir histórico, multiplicaron la descendencia.
Hoy, justamente son ocho los responsables de todas las redes sociales mundiales. Y, haciendo una minuciosa investigación, se ha sabido que cada uno de ellos desciende de los hijos de Minerva y Aracné.
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Me gustó, buen final, saludos
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