Etnia, lengua y mestizaje
Cuando poso mi rostro en tu entrepierna, generalmente cierro los ojos. Ya he externado que mi nariz y boca se encargan de mirar; aunque es necesario mencionar a dos partícipes vitales y complementarios: la lengua y los labios.
Durante un buen tiempo, mis comisuras se funden con tus pliegues vaginales. Nariz y lengua se introducen hasta prácticamente acariciar el clítoris, nunca como alternativa, sino como hecho esencial.
Jugos y juegos entremezclados en una de las más enteras experiencias de compartimento corporal.
Va a ser muy difícil que deje de gritarle al mundo la belleza de esta apasionada y pura degustación. Tus grandes formaciones óseas conducen en definitiva a las oquedades. Por eso es que tanta tinta he vertido en ello.
Con la misma materia prima de nuestras desnudeces, cada día, Querida Mía, inventamos aromas nuevos, conjuntamente con los giros que aportamos a esta otra maravilla, la que se denomina lenguaje, de la que en estos momentos entiendo su etimología más primitiva.
Productos ambos del mestizaje, somos fieles representantes de esta nueva raza, entre autóctona-auténtica y esa otra mezcla que las centurias han definido-moldeado.
Mi mano, siempre inquieta, busca en tu rostro, debajo de tus ojos, esos imponentes y cobrizos pómulos, los mismos en donde encuentro y reconozco nuestra dureza étnica, ésta sí, milenaria.
¡Cuánta vida cabe en una letra!
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