Relato sin personajes


El lugar era idóneo, aun a pesar del incesante ruido de aleteos múltiples.

El ambiente sonoro era inundado por excéntricas ondas expansivas que en un determinado momento formulaban melodías inciertas, cual orquesta de instrumentos inventados durante el descanso nocturno.

Faltaba mucho tiempo para que alguna luz irradiara sobre el maravilloso espectáculo de la oscuridad. Eran las normas milenarias que aún antes de la existencia del oficio mismo ya se practicaba en lontananza.

A pesar de la negritud, se percibían inquietas las nubes; presentaban un constante movimiento acompañante de su rápida ausencia, llevando consigo cualquier indicio mínimo que representara la aparición de tormenta o lluvia, ni siquiera de la más leve brisa.

El viento, con todo y su fiereza, era de característica agradable y compensaba, en mucho, el intenso calor. Éste, por cierto, era el principal elemento que provocaba el inicio de las actividades en horas tan de madrugada.

El oleaje espumoso y fresco maravillaba de manera hermosa la estancia en el lugar. Las inmensas atarrayas una a una eran intervenidas con el objeto de reparar los defectos adquiridos durante el último uso. Así, los anudados y cosidos se realizaban al ritmo de cánticos ancestrales, de ésos que permanecen a lo largo de la vida.

Cuando estuvieron listos los elementos propios del oficio, las embarcaciones parecieron acercarse a la playa con el fin de ser abordadas por su preciada carga, al tiempo de que el viento detenía su intensidad y se formaba un remanso amable sobre la estela crucial que marcaba las fronteras entre cielo, mar y tierra.

Los remos acusaron su silencio en este último lugar, en donde se iniciaba una larga espera a manera de fuego eterno, que sólo era interrumpida por breves y extraordinarias circunstancias ocurridas entre la partida de las naves y su feliz retorno.

Era el momento en el que aparecían unos cantos más agudos en sus tonalidades que servían como entretenimientos y plegarias.

Así, en el lugar idóneo por naturaleza terminó un bello espectáculo, sólo comparable al que ocurriría varias horas después, cuando la vida y el viento retornaran a tierra firme las embarcaciones partidas, en las que siempre invariablemente van depositadas un cúmulo de esperanzas y alegrías.


Del libro "Relatos y reliquias"


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